Un espejo deformante
Amores enanos
Federico Jeanmaire
Anagrama
192 páginas | 16,90 euros
El veterano escritor argentino Federico Jeanmaire es un gran conocedor de la literatura clásica española que ha abordado en varias de sus obras la vida y el arte de Cervantes. No parece, por tanto, temerario pensar en cierta influencia seminal del Lazarillo de Tormes en la ideación técnica de Amores enanos. Como en el anónimo renacentista, alguien cuenta la historia de su vida a un desconocido destinatario —no por debilidad confesional sino porque ha sido requerido a hacerlo— y la misiva solo se entiende cabalmente cuando se descubre por qué se dirige a él. Quién sea este y qué razón existe para que se le escriba no lo sabemos hasta la página final, solo un poco después de que conozcamos algo grave que hizo el protagonista y que justifica el memorando.
La consecuencia inmediata de esta arquitectura formal que difiere al último momento del relato el esclarecimiento de la anécdota es un progreso de la acción basado en la intriga y en el zigzagueo narrativo. El narrador, el enano Milagro León, siembra cada poco pistas acerca de sucesos que ocurrieron y calla con el señuelo de que más adelante se sabrán. A la vez, su relato se suspende una y otra vez, muchas veces, constantemente, con la actitud digresiva de un juglar torpe que pierde el hilo principal y se empantana en su “escritura tortuosa” y mendaz. En ambos procedimientos Jeanmaire muestra una solvencia técnica magistral y con ello consigue una de esas narraciones absorbentes que, apoyada en secuencias muy cortas y en una extensión bastante breve del libro, lleva a la lectura en un tirón. Pero no importa tanto la exhibición de virtuosismo técnico, siendo este muy destacable, como la causa a la que se deben el suspense y el escamoteo de la anécdota. Ambos no son gratuitos. Son consustanciales al modo de vivir la realidad de una mente taimada que elude enfrentarse a los hechos y torea sin ninguna fortuna el sentimiento de culpa.
Dicha mente cavilosa se aloja en un cuerpo pequeño, el del citado Milagro León. Federico Jeanmaire derrocha inventiva de la buena e ingenio en la creación de un mundillo aparte concebido por y para los “hombres bajos” (como califica el protagonista a los de su medida, menos de 1,47 centímetros de altura, cuando decide sustituir el nombre común por la corrección política). La historia tiene algo de cuento popular (no en vano el libro va dedicado a los hermanos Grimm). Al cerrar el circo donde trabajan, Milagro y su amigo Perico se acomodan como strippers en un club y a raíz del lucrativo éxito obtenido deciden fundar un barrio exclusivo para enanos, una república asamblearia regida por unas normas paradójicas, rígidas y volátiles. Mientras se exponen diversos conflictos internos y se insinúa una envenenada historia de amor que enrarecen y hacen fracasar el experimento, el relato lleva a cabo un fenomenal despliegue humorístico. El autor prodiga la sátira social, el chiste ocurrente, la invención disparatada, las situaciones grotescas, la ironía punzante, la ambigüedad alusiva (¿homenajean los enanos Carlos Fuentes y Mario Vargas a sus conocidos homónimos?), el sarcasmo…
Tantos momentos divertidos de la novela enmascaran un implacable retrato sobre la imposible convivencia humana. Una narración jocosa y triste que vale por una vale por una inmisericorde sinécdoque: los enanos representan la parte de ese todo infeliz, solitario, penoso e incomunicado que es la naturaleza humana. Todos somos enanos emocionales, viene a decir Federico Jeanmaire.