Un más allá y un más acá
La sombra inmóvil
Antonio López Ortega
Pre-Textos
328 páginas | 25 euros
Algunos relatos largos de La sombra inmóvil podrían ser tomados casi por novelas cortas, pero eso ni quita ni pone a una obra que a mí me ha revelado a un autor de tan pulcra e inteligente factura literaria y de tan ingeniosa forma de contarnos su mundo. No estamos ante una novela, aunque López Ortega haya cultivado también este género, sino ante un libro de relatos. Este libro contiene esa voluntad de contar historias en la mejor tradición de la literatura de nuestra lengua. No desecha la materia argumental para su oficio de contar, pero recrea un modo singular de narrar en el que la riqueza y singularidad de su lenguaje y sus puntos de vista le permiten entregarnos verdadera literatura. Quizá por eso, en un relato titulado “Sangre de Nicolás”, llega a decir el narrador: “Sólo siento la necesidad de aportar mi versión, o más bien el flujo de mis sentimientos”. Y lo hace desde la expresión de sensaciones que se contagian al lector. Así pues, si atendemos a esa apreciación tan recurrida de que el cuento debe ser algo así como una pieza de relojería este conjunto de historias de tan preciso ritmo cumple con creces tal exigencia. Una exigencia que de tenerla en cuenta requiere un ritmo y un ámbito poético que se cumple muy bien en este libro. No se trata de ningún tipo de lirismo que le reste narratividad al texto sino de la capacidad de López Ortega para decir siempre más de lo que dice. Y nos lo cuenta todo con un lenguaje en el que aparecen expresiones venezolanas o términos propios del habla cotidiana de su gente y que enriquecen el ya rico español con el que está escrito este libro.
Pero resulta muy sorprendente en La sombra inmóvil el modo en que la reflexión se desprende del detalle en lo contado o lo anecdótico y de qué manera una escena de la vida cotidiana −el proceso de un afeitado, por ejemplo− da pie a una ensoñación a la que se va y de la que se vuelve. La penetración poética le permite entonces ir del más allá al más acá, no sólo con asentimiento por parte del lector sino agradeciéndole al autor el sencillo modo con el que nos introduce en la emoción de lo verdaderamente poético. Antonio López Ortega maneja vislumbres que lo llevan de la realidad al sueño o desde el sueño a la realidad con verdadera maestría. Y si en consecuencia habláramos de una especie de realismo mágico, sin ver en él ningún Macondo, tal vez estemos ante un escritor que cultiva otro realismo mágico. En estos relatos, López Ortega trata de viajar desde lo real a lo irreal, de extraer de la imaginación inesperados viajes por la memoria o alucinadas invenciones que nos levantan del suelo y nos dejan en suspenso en el aire. Se trata de “atajos de la mente”, a los que también se refiere el autor en uno de sus más hermosos relatos, “A tres palmos del”, en el que se explica muy bien esta obra. Como cuando dice: “Cada una de esas historias se recompone lentamente, ante tus ojos exaltados, o más bien ávidos, hasta cobrar la forma de cuerpos palpables. Los relatos flotan sobre el vapor, como eslabones de una cadena infinita”. No está hablando el narrador protagonista de su obra, o sí, pero estas palabras la describen muy bien. Y es preciso resaltar muy especialmente el uso que hace López Ortega de la memoria, porque más que escarbar en ella bien parece que la memoria actúe como una especie de iluminación y hasta, paradójicamente, como un modo de adivinación. Como bien lo ha visto Juan Villoro, fija lo que pronto será inundado por otros signos. Y como lo ha visto el propio autor, al confesarse en la última página del libro, “toda escritura necesita de la duplicidad para saberse existente”.