Un mundo confuso
La propagación del silencio
Sònia Hernández
Alfabia
236 páginas | 18,72 euros
La percepción de que el mundo es una realidad confusa no tiene mucho de extraordinario. La vida se nos presenta con harta frecuencia como algo extraño, poco comprensible y con escaso sentido. El racionalismo de la cultura occidental le ha dado a la existencia un barniz de lógica que no anula, sin embargo, la sensación de estar cercados por el misterio. Sònia Hernández siente que andamos perdidos en un mundo confuso y sobre esa vivencia aguda construye su inquietante La propagación del silencio. Aunque tal creencia no sea privativa de la joven escritora catalana, sí la recrea de modo muy personal por medio de una imaginación un tanto visionaria. Quizás la mejor manera, aunque no la única, de dar respuesta a la extrañeza de la vida sea escribir historias extrañas. El primer relato, “La isla de Camila”, da una pista de por dónde anda el conjunto del libro. Escenario evanescente: un lugar en el que nadie espera nada, a pesar de que en él ocurran cosas. Sucesos raros: la aparición cíclica de caballos y tortugas. Y una referencia de pasada a un personaje, Camila, que suele amenazar con no volver nunca más.
Los distintos territorios en que se desarrollan las otras historias son igual de enigmáticos, nunca se localizan en lugar alguno del planeta, están fuera del tiempo común o remiten a una realidad degradada. En ellas se habla de la imposibilidad de identificarse con un lugar, de haber carecido de un espacio propio o de buscar el significado de sitios perdidos en una inmensa vacuidad. Todo ello ocurre en anécdotas independientes pero asociadas por algunos rasgos formales que producen un texto curioso: no es una narración unitaria pero tampoco una convencional reunión de relatos sueltos. Ciertas atmósferas vaporosas y algún homenaje privado (un tal profesor Masoliver) sirven de nexos externos entre las piezas, pero el principal reside en la dicha Camila, un ser poliédrico, ambiguo y de enigmática y difusa simbología.
A partir de esta peculiar ideación, aborda un elemento capital de su pensamiento, la función del lenguaje. Se diría que el libro comparte la tesis bíblica según la cual en el principio fue el verbo. Pero, como ese verbo ha sido maleado e hipertrofiado, Sònia Hernández propone restituirle a la lengua su valor esencial, seleccionar el léxico con rigor (mil voces son suficientes, según el editor exigente que protagoniza un cuento), ahondar mediante la palabra en la realidad y devolverle al lenguaje su poder, pues las palabras crean la realidad. Hablar del mundo es, por tanto, abordar el lenguaje. El cuento que da título al libro expone el cometido de una “Organización” que jerarquiza a los seres humanos recluyéndolos en compartimentos estancos según cómo empleen —desde el griterío hasta el silencio— la lengua. Ese orden imaginario insinúa una respuesta regeneracionista que la autora, favorable a la revisión del contrato social vigente, ofrece frente al desaliento de la sociedad actual.
Nuestra civilización anda en el punto de mira de una obra sustentada en reflexiones morales. A ello se debe su tono a veces demasiado abstracto, aunque no se eluda concretar los asuntos: la angustia, la derrota, la huida, la maldad, ciertas amenazas intangibles, el fracaso, la inutilidad del esfuerzo, la rebeldía contra lo establecido… Sònia Hernández protesta por la realidad desasosegante y caótica que es el mundo y, en lugar de dar un testimonio realista, plantea una alegoría que conjuga notas de absurdo, vigorosas desrealizaciones y argumentos filosóficos; que sugiere y no declara y que, en último extremo, desazona con tantas incertidumbres.