Un planeta familiar
Iris
Edmundo Paz Soldán
Alfaguara
366 páginas | 18, 50 euros
Puede que el lector se pregunte por qué un autor con tanta querencia por la realidad inmediata como Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) ha elegido esta vez internarse en el gran jardín de la ciencia-ficción (o mejor: expresarse entre la ciencia-ficción y la parábola) en esta nueva y ambiciosa novela en cinco partes que es Iris.
Paz Soldán nos sitúa directamente en un escenario planetario futuro, un mundo en estado de emergencia, insurrecciones diarias y atentados impredecibles, cuyas condiciones climáticas se han vuelto también ásperas e inhumanas. En ese contexto patrullan por una zona ocupada los aparentes “buenos” de esta película (los hombres de Saint Rei) tratando de reducir a los fanáticos irisinos de Orlewen. Xavier, un oficial de patrulla, se presenta al comienzo como un héroe cotidiano que se juega la vida en tierra hostil, se siente atraído por su desconcertante novia Soji y aprecia la amistad de su subordinado Song. También sabemos sobre un pasado querido y terrible en el que hubo una esposa y un hijo.
Hay un “Afuera” peligroso y un “Perímetro” en el que al menos temporalmente se está a salvo, y Paz Soldán dota a ese cosmos de un peculiar lenguaje. Una fusión verbal en la que nos iremos familiarizando con términos como: fengli, sha, holo, bodi, pod, dushe, shanz, jetpacks, geld…, con préstamos del portugués o del inglés españolizado, o con contracciones del estilo de: dun (de un), neso (en eso) o ki (aquí).
Pronto responderemos a la pregunta inicial de esta reseña, pues no es tanto un ejercicio de ciencia-ficción, un divertimento o una necesidad experimental lo que pretende el autor boliviano-estadounidense, sino tender nexos hacia nuestro momento actual, absolutamente tecnologizado y en buena medida deshumanizado. Edmundo Paz Soldán escribe acerca de un mundo posible que, en hipérbole, recuerda demasiado los males del presente. Nos son familiares el fanatismo religioso, el terrorismo, las adicciones virtuales, la mendicidad o el miedo permanente. No son casuales esos reclutas asiáticos y centroamericanos usados como carne de cañón para unas patrullas casi suicidas, ni la descripción de unas condiciones laborales tan precarias como las propias viviendas de los ciudadanos de Iris. Hay un momento futuro donde los habitantes del planeta necesitan abusar de medicinas y drogas (swits, jüns, PDSs) para seguir adelante, y oscilan ya entre lo humano y lo artificial (es posible ya reconstruirse mediante órganos vitales sintéticos y prótesis de última generación).
Desde un punto de vista narrativo, la obra requiere una complicidad extrema del lector, enfangado entre tanta peripecia. No consigue mantener en todo el libro la intensidad y lirismo de esas ochenta y cinco páginas iniciales dedicadas al personaje de Xavier, pero desde el ángulo de la reflexión que suscita, consigue hacernos conscientes de lo cercanos que estamos de ese planeta, tan caótico como hipervigilado. Estremece que baste casi un trueque de tiempos y palabras. Porque Iris nos habla de la confusión de las supuestas “guerras justas”, de todos los Afganistanes, Iraks y Guantánamos posibles, de todos los ejes del mal trazados a bulto que solo pueden acarrear víctimas inocentes. La pregunta que nos deja en el aire es si es posible la ética en un mundo hipertecnológico donde todos desconfían y se sienten amenazados, donde, en aras de un fin, los “buenos” pueden extralimitarse o tomar con facilidad la justicia por su mano.