Un verano en Shanghai
El novio chino
María Tena
Premio Málaga de Novela
Fundación José Manuel Lara
246 páginas | 19 euros
Pocas personas están tan capacitadas como María Tena, comisaria del exitoso Pabellón de España en la Exposición Universal de Shanghai 2010, para desarrollar una historia de amor precisamente en el marco de aquel magno evento. Y eso hace en El novio chino, la obra galardonada con el Premio Málaga de Novela en su última edición. Lo que tal vez resulte más sorprendente es que se trata de un tórrido romance homosexual, protagonizado además por un miembro de la delegación española y por un personaje chino procedente del ámbito rural.
Tena, madrileña de 1953, toma como figura central a Bruno, un sevillano acosado por graves problemas de deudas, que encuentra una solución a sus desvelos consiguiendo un puesto de jefe de protocolo en la misión española de la citada Expo. Allí conoce una noche, en un local gay —sí, por supuesto que también existen allí—, a Ben, un muchacho que ha huido de su aldea y vaga desnutrido por las calles de la gran ciudad. Bruno le procura asistencia médica, luego lo ayuda económicamente, y más adelante, en un reencuentro casual, se hacen amantes. Al poco, viven juntos.
A partir de ese momento, se narran los encuentros y desencuentros de la pareja, incluyendo algunas inexplicables, o cuanto menos un tanto arbitrarias, desapariciones; asoman nuevos personajes, como el oscuro Wei, un alto funcionario con el que Bruno también tendrá relaciones íntimas, y cuyo tentador ofrecimiento de establecerse en China acabará desoyendo para regresar a España. Lo que sigue es el caprichoso trazado de los pasos de los protagonistas, el modo en que la vida los conduce por caminos insospechados, los reúne o los aleja bajo el impulso de azares diversos, los transfigura con esas grandes dosis de ironía que solemos atribuirle al destino.
Aunque no es la primera novela de amor homosexual que se escribe, ni siquiera la primera con ambientación oriental, El novio chino no está exenta de una notable originalidad, en la que cabe destacar el acierto de elegir la Expo de Shanghai como telón de fondo. Tampoco es nuevo el recurso de la educación del buen salvaje, al pretender Bruno hacer de Ben una persona “respetable”, ni el de la inversión de papeles a modo de fábula moral. En cualquier caso, la historia posee una vibración propia, fundada sobre una espléndida ambientación que nunca abusa de los detalles; por el contrario, se agradece la contención dominante a lo largo de todo el relato. Lo mismo puede decirse de los episodios homoeróticos, que no caen en la ingenua procacidad ni en el pudor excesivo: resultan naturales, como la vida misma.
María Tena, autora de novelas como Tenemos que vernos y Todavía tú, saca a relucir sus mejores cualidades como narradora —estilo claro, correcto y eficaz, muy parco en descripciones y salpicado de expresiones en chino, aunque muy contadas y fáciles de entender— para mostrar el lado humano de una sociedad más bien áspera, a menudo incomprensible a los ojos de los occidentales, que ha logrado, como señaló con acierto Leonardo Padura, la perfecta dominación del individuo: por un lado, impone la rigidez del partido único, inmutable a pesar de su profunda corrupción interna, y por otro la tiranía de la economía de consumo, con todas sus turbulencias y servidumbres. La Exposición Universal, que es a la vez una oportunidad para sacar a relucir lo mejor de los pueblos y una ocasión para el alarde de poderío económico, ese escaparate de lo hermoso y de lo abyecto, permitirá no obstante ese misterioso fenómeno que llamamos amor.