Una historia conmovedora
La última película
Larry McMurtry
Trad. Regina López
Gallo Nero
284 páginas | 21 euros
La portada de La última película es un fotograma de la adaptación cinematográfica que llevó a cabo Peter Bogdanovich en 1971. Cybill Shepherd, joven y guapa, se apoya en un descapotable. La película es un clásico. También McMurtry. Ganador del Pulitzer por Lonesome Dove, obtuvo el Oscar al mejor guion por Brokeback Mountain. Es evidente el vínculo del escritor con el mundo del cine. Sobre todo, en esta novela: “A veces Sonny se sentía el único ser humano del pueblo”, con esa primera frase se introduce el foco narrativo, Sonny. Poco a poco, el plano se abre y vemos a otros jóvenes que, como él, crecen en Thalia, un pueblo de Texas: Jacy, la chica; Duane, su novio; Bill, el chico que barre el pueblo de punta a punta. A excepción de la madre de Jacy, los padres están ausentes en este relato de desvalimiento. Pero el plano se abre un poco más y aparecen otros adultos que actúan como míticos referentes paternales y esconden, en la caja de su edad, secretos limpios y sucios: Sam el León, propietario de los billares y del cine donde transcurre la historia. En ese mundo endogámico, casi envasado al vacío como pechuga de pollo, el cine es a la vez espacio protector y sueño no cumplido. Allí, los novios se meten mano mientras ven por el rabillo del ojo comedias de ensueño protagonizadas por Doris Day. El tecnicolor se apaga en esta otra América que nunca sale en las películas y que se convertirá en el escenario de las mejores. Jacy se siente como una estrella de cine mientras se magrea con Duane al fondo del autobús: más allá del exhibicionismo, el sexo solo es moneda de cambio para lograr sus propósitos. Jacy, personaje de la estirpe de Daisy en El gran Gatsby, usa el sexo para manipular sin darse cuenta de que ella es el fetiche.
Pese al filtro moral, aquí no hay ni un ápice de moralina. Buen ejemplo de ello es la comprensión de McMurtry hacia la sexualidad de las mujeres: a Ruth, la esposa del entrenador, no se le permite disfrutar del sexo porque la mujer que goza es una puerca. Cuando Ruth descubre el orgasmo, se vuelve ávida. El beso de Ruth y Sonny, un episodio a media luz donde ambos se sensibilizan tornándose vulnerables, representa el único resquicio de calidez en un ámbito donde el sexo, como construcción social, se retrata desde sus ángulos oscuros: violencia y violación, instinto, enfermedad, homosexualidad reprimida, vanidad, posesión, prostitución y adulterio, pecado, reto, suciedad, desilusión, inexperiencia, frustración, miedo, muerte… Las disfunciones sexuales son la metáfora de una sociedad disfuncional donde hay cosas que se hacen para tener un público mientras otras se esconden: la pose y lo obsceno son las dos caras de una doble moral espeluznante.
En La última película son espeluznantes y conmovedoras la precisión del retrato psicológico, la desnudez y la explicitud de la escritura, sobre todo, en la difícil narración del sexo y en la domesticación de las ilusiones; el gran relato romántico del cine —infancia y juventud— se retrae dentro del mínimo espacio de esas pantallas televisivas frente a las que nos van cercando los achaques. Pero lo más espeluznante es la broma envenenada de McMurtry hacia su ciudad natal a la que dedica esta novela “con mucho cariño”. Hay amores que matan y tal vez toda esta historia sea una demostración de ese dicho y de cómo las miradas más críticas resultan las más patrióticas. Porque McMurtry, en La última película, expresa su amor desmesurado, pero no ciego, por un lugar llamado Texas.