Una infancia con heridas
Nada que no sepas
María Tena
Premio Tusquets de Novela
Tusquets
240 páginas | 18 euros
“Trabajaba como un monje medieval”, dice un personaje a propósito de su padre, escritor. Quizá también trabaje así María Tena (Madrid, 1953), una novelista del universo familiar y sus contingencias, animada a contarse a sí misma y a contar el mundo por Luis Landero. Su obra es cada vez más importante, y más redonda, más unitaria. María Tena escribe, con verbo seguro y despojado, de la memoria y la invención. Y en Nada que no sepas se interna en la autoficción, que también es una forma de investigar nuestras huellas, las pequeñas cosas que te modulan y que ayudan a construir una vida y un carácter con sus lugares oscuros o directamente inaccesibles.
María Tena habla de una mujer como ella, en plena crisis, vital y afectiva, establecida en Madrid, que se siente un poco extranjera de sí misma. Decide volver a Uruguay, a Montevideo, porque allí pasó una parte decisiva de su infancia y su adolescencia. Y ese traslado ni es gratuito ni atrabiliario: la autora se zambulle en uno de esos viajes, que parecen iniciáticos en el fondo, un tanto catárticos, donde todo importa porque la escritora, como si llevase a Marcel Proust en la cabeza y en el corazón, realiza ese acto tan estimulante, gozoso y doloroso a la vez, de la evocación.
La niña que fue tenía algo de niña del exilio y vivía en un país distinto, en una ciudad cosmopolita y alegre, donde todo era posible. Aquel Uruguay de los años sesenta era todo lo contrario que España: era la ciudad de Juan Carlos Onetti, de Felisberto Hernández, una ciudad desprejuiciada, más cosmopolita y artística, una ciudad de los sueños y de la libertad, aunque la autora poco a poco, con sutileza, introducirá algunas amenazas que agitaron la política como los tupamaros o la dictadura.
A María Tena le interesan varios focos precisos, y otros más desdibujados. La presencia del padre, ese hombre que huía del franquismo y que allí parecía hallar un poco de paz y el solar ideal para sus ambiciones; la novela tiene mucho de indagación casi detectivesca sobre él. El segundo foco es el de la madre, tal vez desdichada, inteligente, sensible y con formación, que pareció quedarse en tierra de nadie. Nada que no sepas aborda, aunque parezca una paradoja, lo que no se sabe: la frustración del padre y la brusquedad de una decisión que afectará a todos; el destino de la madre, que morirá cuando ella tiene trece años. El pasado es una como una bomba que estalla en las manos con efectos inesperados.
La novela tiene otro foco: la propia joven, el descubrimiento de la amistad, la revelación de los primeros amores, la sexualidad entrevista, vivencias que se interrumpieron abruptamente. Y esa joven ya entonces intuía secretos incómodos: la familia es como un caparazón un tanto inabordable y un arsenal de enigmas. Más que Nada que no sepas, la novela también podría ser Nada es lo que aparenta ser. Es ahí, en ese recorrido fascinante, de paradojas y heridas, donde esta novela de la memoria, de recuerdos reales e inventados, de pesquisas con las amigas, de la intimidad y la existencia de los adultos, conmueve.
María Tena, de niña y de mayor, siempre tiene una maleta en la escalera: la novela es la posibilidad de marcharse de viaje. Y ella lo hace aquí con fuerza, con plasticidad, con belleza, con el afán de que el texto sea latido de emoción y se arrebate en la cabeza del lector.