Una modesta proposición
Los papeles de Mudfog
Charles Dickens
Trad. Ángeles de los Santos
Periférica
192 páginas | 16, 75 euros
Al leer este libro de Dickens enseguida pensé en ese célebre y atroz —extraordinariamente divertido, además— libelo de Jonathan Swift titulado Una modesta proposición en el que proponía solucionar una de las cíclicas hambrunas irlandesas —que se las comían con patatas— alimentándose de sus hijos. La solución también se encuentra en una leyenda valenciana sobre unos pobres campesinos de tierra levantina que le ofrecieron a Vicente Ferrer, que iba de peregrinaje espiritual, lo mejor de la casa: un puchero con el niño-lechón convenientemente cocido y aderezado con verduras de la huerta para que le hincara el diente. El bueno de Charles Dickens, prócer de la patria literaria británica, también cuenta que un panadero ebrio y violento, que al ver que su hijo no estaba por la labor de que coceara, lo metió en una caldera de agua hirviendo, y el niño salió, como no podía ser menos, totalmente escaldado. Para que aprendiera, se supone.
Los papeles de Mudfog de Dickens, que ahora publica para nuestro gozo Periférica, es de los menos conocidos, como señala la editorial. No aquí, que sí, claro, sino en la propia Gran Bretaña. Antes de ser libro, una vez muerto Dickens, habían sido artículos de papel efímero, prosa satírica sobre la sociedad británica que se leía con gran interés en una revista satírica del momento yen la que Dickens firmaba con seudónimo. Unas colaboraciones escritas al mismo tiempo que las magníficas obras de sus inicios, como su primera novela, esa maravilla de Los papeles póstumos del Club Pickwick —aquí y allá el humor y la capacidad satírica de Dickens eran los mismos—, y también andaba ya con Oliver Twist. Pero ya entonces era evidente su capacidad satírica como demuestran estas divertidas prosas que fue publicando en una publicación de la época y que ahora se nos trae, por vez primera, en estas piezas en las que se ríe de la sociedad británica de su tiempo (dejen para el final el postfacio de la traductora Ángeles de los Santos, que da mucha información). Y cómo se ríe, y cómo le gusta a este lector lo que aprendió el alcalde de Mudfog de cómo tomaban posesión en Londres los alcaldes, y de cómo se escalda un hijo, al modo de un panadero británico. También tiene mucha enjundia, a la manera de la modesta proposición de Swifit, las muchas maravillas que se pueden obtener —incluso satisfacer a los pobres desventurados, que los había, y muchos, en esa sociedad preindustrial y casi victoriana— de la coliflor, esa rosa de Alejandría al alcance de los ansiosos pobres de la época. Un Dickens, en fin, poco conocido, muy divertido, y muy, muy mordaz.