Una mujer y el cálamo de los deseos
Amor doncella cierva
Mónica Collado
Limbo Errante
172 páginas | 17 euros
Mónica Collado (Villanueva de las Torres, Granada, 1980) se dio a conocer con la novela Palabra de sal (Tropo), que obtuvo el Premio Mario Vargas Llosa en 2015. Ya se veía que tenía una personalidad refinada, con inclinación hacia lo poemático y lo poético, y una serenidad que rezuma sensualidad, plasticidad y belleza. Si aquel libro era peculiar, no lo es menos Amor doncella sierva, una narración de atmósfera bíblica y rural que aborda un asunto curioso: la redacción del Cantar de los cantares se debería a una mujer. Lejos de conjeturas, de sesudos estudios de fondo, la autora desarrolla una sospecha, y compone un relato en tres partes y un epílogo que resulta redondo, compensado, escrito con colorido, pero sin barroquismo, y con una ambientación muy trabajada y sugerente.
Mónica Collado cuenta la historia de una mujer, Adifa, que tiene varios hermanos, aunque establece una relación peculiar con su hermano Baruj, que es como su primer protector y quizá su maestro. Juntos van a la escuela, escuchan a los sacerdotes, y se asoman a un mundo telúrico, al principio muy masculino. Baruj teme que a Adifa le despunten los pechos.
Adifa tiene un sueño y lo alimenta. Adora las palabras. Son su vínculo más poderoso con la realidad. Y casi sin darse cuenta inicia la redacción de un poema. O, sencillamente, juega con las palabras. Percibe la presencia de los hombres: hacendados como Raveh, pastores, sacerdotes. Va por agua a la fuente, explora el polvo de los caminos, aprende. Y le pasan muchas cosas: se casa, se desengaña, se percata de que las mujeres solo valen por la fuerza de su vientre para alumbrar hijos, acumula quimeras.
Mónica Collado escribe una novela lírica y seca a la vez. Una novela poema. Desprovista de énfasis. Con una voz natural que hace pensar en Las mil y una noches, en Tahar ben Jelloun y La noche sagrada y quizá en Seda de Alessandro Baricco, por poner un ejemplo, compone una novela resuelta en pequeños capítulos, de apenas un par de páginas en ocasiones, que le dan al conjunto una intensidad particular de sensualidad y simbolismo pero también con aromas de arqueología, de un misticismo que jamás agota.
La autora abunda en muchos aspectos: el arte mismo de novelar, las vidas secretas, la ilusión de un amor inesperado y volcánico, la complicidad entre las mujeres, y también su rebelión. Adifa, con su cálamo y sus archivos clandestinos, es una criatura que huye de la fatalidad, que se atreve a ser y a desplegar el inmenso caudal de su insatisfacción, más allá de las convenciones. Amor doncella cierva hace pensar en San Juan de la Cruz, en Fray Luis de León y en esa maravillosa intuición: detrás de tanta belleza carnal no estaba un hombre, no, era una mujer quien se ofrecía como un torbellino de deseo.