Una novela con crisis existencial
La herida se mueve
Luis Rodríguez
Tropo
191 páginas | 18 euros
En su excelente prólogo a Novienvre (2013), la anterior novela del cántabro Luis Rodríguez, explicaba Ricardo Menéndez Salmón que los personajes de Rodríguez “no pueden hacer otra cosa que sumar su desconcierto al desconcierto primordial del mundo (…) su frac[aso inevitable no reside tanto en la dificultad de levantar un ‘yo’ pleno y significativo, como en la imposibilidad de que exista un mundo estable y duradero sobre el que semejante yo actúe”. La cita sigue teniendo sentido referida a La herida se mueve, la última novela de Rodríguez, no solo porque sea una buena descripción del mundo narrativo del valioso y aún poco conocido narrador, sino porque el personaje central de su última novela, Genaro, aparecía también en Novienvre; allí Genaro era un amigo de infancia del protagonista —llamado Luis Rodríguez como su autor—, al que acabará matando. En La herida se mueve Genaro es un delincuente, que recibe el encargo de un policía corrupto de realizar oscuros trabajos, y se instala en un pueblo de Cantabria donde se investiga un delito inferido a un tal Luis Rodríguez. Este hilo de continuidad de Genaro entre las dos obras da cuenta de la autoconsciencia y complejidad con las que Luis Rodríguez (el autor, no el personaje) entiende la narración, que el lector no puede abandonar, pese a su dificultad, porque lo contado es hermoso y terrible.
En la novela hay confusión de identidades, a través de la suplantación, y también hay mezcla de narradores, gracias a una técnica que Rodríguez aprendió de Flaubert: la duplicidad del pretérito imperfecto de indicativo cuando se aplica a la tercera y a la primera persona (“tenía”, “hacía”, etc.), haciéndolas indistinguibles. Esa fina ambigüedad verbal es solo uno de los diversos trucos que Rodríguez utiliza para desestabilizar la normalidad narrativa, para hacer tambalear al lector los cimientos de su lectura (p. 48), para inquietarle y hacerle ver que no solo los personajes ignoran qué les mueve: quizá tampoco nosotros lo sepamos. La vida resulta así una paradoja inexplicable y las poco convencionales y crueles novelas de Rodríguez son la manifestación plástica de esa visión tan nihilista como puntualmente apropiada.
Los personajes de La herida se mueve no se preguntan el porqué de las cosas ni de sus actos, solo los ejecutan; el narrador anota no solo los hechos que suceden en la obra, también los que no acaecen, aludiendo a lo azaroso de cualquier desenlace. Las citas del Monsieur Teste de Valéry pueden apelar a la incapacidad de Genaro de pensarse y entenderse. Algunos tachados, esparcidos aquí y allá, hacen dudar al lector de si está leyendo una historia o la escritura de una historia. Algunos caracteres reaccionan inesperadamente ante los estímulos y otros se estimulan con lo inesperado; pequeñas historias se insertan con las demás tejiendo un corpus textual en el que todo, literalmente, es posible. Rodríguez construye una narración que no despeja las preguntas porque quizá el trabajo de la mejor narrativa no sea ese, dar respuestas, ni siquiera ofrecer preguntas, sino cuestionar quién y por qué hace las preguntas y, sobre todo, qué necesidad hay de contestarlas. Si es verdad, como Antonio Orejudo ha dicho a veces, que una novela debería ser aquello que una película no puede contar, La herida se mueve es una novela como pocas, un texto en busca de sí mismo, una sacudida que situará al lector ante la duda más que necesaria acerca de qué debe ser una novela en estos tiempos.