Vida en sombras
El instante de peligro
Miguel Ángel Hernández
Anagrama
17,90 euros | 232 páginas
La cámara de las maravillas puede acoger también los horrores. Y errores, por descontado. El instante de peligro, como hiciera hace décadas Iván Zulueta en la maldita Arrebato, hace de la imagen un abismo que termina mirando al espectador/creador. Atrapando y obsesionando a quien se deja arrastrar por el embrujo de las historias borradas. Las páginas de Miguel Angel Hernández son un inventario de sombras, un hervidero de recuerdos que alimentan el futuro con las tripas del pasado. Una pista: leer lo que nunca fue escrito. O escribir lo que no podrá leer la mujer a la que se dirige el protagonista en una confesión a tumba abierta. Todo empieza con una sombra detenida en una pared. Un reflejo elocuente de lo que vive el narrador en tierra extraña, encanallado por las sangrantes reglas del juego de una universidad consumida por la burocracia y rodeado de ruinas. Las suyas: alguien que no cree en nada, que se considera un farsante, que ha fracasado como historiador del arte, como amante, como amigo. Pero… “a veces un instante lo pone todo patas arriba”. Un instante de peligro, tal vez, por qué no. Y gracias a la irrupción en su vida de Anna Morelli, una muchacha para la que el arte es una cuestión de vida o muerte que intenta descifrar el mensaje de unas viejas películas en 16 milímetros, nuestro maltrecho antihéroe emprenderá un viaje hacia el pasado en una máquina del tiempo insólita para encontrar el futuro, y lo hace por medio de imágenes calcinadas por el proceso de pérdida continua que es la vida. Como decía Walter Benjamin, se trata de poner palabras a las imágenes que han perdido su pie de foto. Esa es la misión de un hombre convencido de que esas películas le hablan y le lanzan mensajes.
El instante de peligro, perturbadora y admirable propuesta que se pega a la memoria como una lupa que ensancha nuestros miedos e incertidumbres, hurga en las heridas de un universo “deshinchado” siguiendo los caminos cortados del pasado, vampirizando las energías revolucionarias de los objetos. No por casualidad aparece el hombre de Warhol y su intrépido cine experimental. ¿Acaso no es el protagonista de Hernández “un hombre que duerme” a la espera de que le despierte la historia agazapada detrás de las imágenes? Hay tres historias de amor en su vida, tres mujeres que le hacen daño o a las que hiere. “Me has visto rota”, le confiesa con la mirada hecha jirones una de ellas, con la que ejerce de amante curandero y con la que vive una aventura (con momento de road movie incluido por la América profunda) en la que hay sexo, intriga, misterio, pasión, furia. Es normal: “Toda búsqueda es una destrucción”. Y solo se encuentra cuando se destruye. Somos lo que queda en el espejo cuando dejamos de mirarnos en él, y en esa armonía endemoniada entre el ser y la nada encuentra esta extraordinaria e hipnótica obra su paisaje natural, donde hay que borrar para ver, donde las pérdidas siempre nos encuentran para dejar heridas habitadas por sombras que son ecos del tiempo. Escribe el autor: “La única historia verdadera es la que nos abrasa, la que nos habla, la que nos alude”. Una forma concluyente de resumir su propia obra: abrasadora, elocuente, íntima. Cómo no iba a ponerle fin con el recuerdo emocionado a esa mujer, Sophie, cuya historia de amor con el protagonista permanece fundida en negro hasta que se ilumina con un homenaje estremecedor a las imágenes que son cuerpo. Que son diálogo. Que son vida. Vida de sombras.