Alba hasta en las cenizas
Regiones devastadas
Guillermo Carnero
Vandalia. Fundación José Manuel Lara
88 páginas | 11,90 euros
Al hermoso caudal de voces poéticas de un río llamado Vandalia, se suma ahora la de Guillermo Carnero con treinta y seis poemas escritos a lo largo de casi veinte años paralelamente al alumbramiento de cuatro poemarios medulares enlazados, como dice el propio autor, en una unidad de sentido: Verano inglés, Espejo de gran niebla, Fuente de Medicis y Cuatro noches romanas. Treinta y seis textos sustanciales que bajo el título de Regiones devastadas mantienen en su desnudez los fundamentos de una obra que desde su primer momento estelar, Dibujo de la muerte, está injertada en el lenguaje hasta, como afirmaba Baudelaire, “convertir en el oro de la palabra el cieno de la realidad”. La huella del paso del tiempo, el amor, la muerte, la belleza, el sueño, el arte, son en esta poesía un horizonte dentro de cada poema que abre el pensamiento del lector hasta su semilla, en perfecta cohabitación con los sentidos, especialmente con la vista, y con un flujo emocional siempre contenido. Todo ello entroncado en “un discurso abstracto y sensorial” (cito a Carnero), la atracción por lo decadente y el empleo potenciador de múltiples referencias culturales, correlato siempre de experiencias vitales. Sin olvidarnos de la presencia de la Naturaleza a la que presta un latido humano y esencializador, el pulso de las ruinas, la transpiración de lo inmóvil , la construcción de vida autónoma dentro del poema y el planteamiento de la metapoesía —en palabras del autor— “como una cuestión existencial básica, pues acabamos siendo lo que hemos escrito, siempre —añade— que no tengamos el pensamiento disociado de las emociones , y que seamos conscientes de la capacidad limitada del lenguaje para reflejar la realidad exterior y la mental”.
Esta enumeración de elementos nutrientes de la creación de Guillermo Carnero, puede completarse todavía con lo que con su lucidez habitual expresó Carlos Bousoño: “El mundo que nos presenta el poeta tiene dos rostros: uno de refinamiento o de arte y belleza, y el otro, su reverso de finitud o de carroña. Hay —afirma también— tensión entre belleza y muerte”. Tensión que sin duda sentimos durante la lectura de Regiones devastadas, en ese espacio ilimitado hacia dentro y hacia fuera en el que nos sitúa un poeta clásico, es decir intemporal pero insertado en el presente, innovador desde el enraizamiento en la tradición, creador de significados constantemente renovados en cada lectura. Lectura en la que de un modo natural nuestra respiración se acompasa a la del lenguaje. La mitología, la literatura, la pintura, tan latiente, la escultura, la arquitectura como geometría del espíritu, los objetos con su vaho humano, la Naturaleza y su interlocución sin fronteras, su posibilidad redentora, y la Historia en todas sus edades habitable, actúan como filtros de experiencias vitales que adquieren a través del lenguaje su último sentido. El último sentido de la existencia con su virus mortal desde el primer momento; de la belleza, nunca inocente, que es necesario conquistar, consagrar en nuestro interior; del amor, refugio y descubrimiento de uno mismo a través de la relación con otro ser más allá del deseo; del arte, inmune al paso del tiempo; del olvido como forma suprema de injusticia y de la maldad hecha naturaleza. Regiones devastadas entre las que, como el poeta, vamos construyendo nuestra identidad, en el que hasta las cenizas son alba, pues en ellas hay nacimiento o resurrección. Un poemario lleno de un silencio final muy iluminador, cuya huella perdurable genera conciencia a través de unos versos límpidos, visuales, en los que germina el pensamiento y nos conmueven.