Anillos de Saturno
Siete caminos para Beatriz
Ernesto Pérez Zúñiga
Fundación José Manuel Lara -Vandalia
113 páginas | 11, 90 euros
El último poemario de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) es fundacionalmente un canto de amor. Y un viaje. Tras libros como Ella cena de día, Calles para un pez luna (con el que obtuvo el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid), o el más reciente Cuadernos del hábito oscuro, el poeta y narrador (El juego del mono, La fuga del maestro Tartini) nos propone un descenso y ascensión en este Siete caminos para Beatriz.
Con el reflejo especular de la Divina Comedia, el libro se divide en apartados que son imagen personal del paraíso, el infierno y el purgatorio de Dante, más una parte que bien podría entenderse como tránsito que permite el acceso, la comunicación entre purgatorio y paraíso, para ello el autor, que ha utilizado el verso libre y el poema en prosa en las primeras secciones, se vale de formas clásicas −soneto, décima−, como si así simbólicamente se allanara el camino de la serenidad, de la armonía.
Es la Beatriz de Dante la fuerza motriz y matriz de estos poemas. Su figura aporta y sustenta una recreación del sentido del mundo y es, a la par, el soplo vital para el viaje interior, al animal de fondo, a la perplejidad del ser humano contemporáneo en un mundo por él mismo creado y destruido. Así podemos verlo en ese periplo por Tokio (“Parque de atracciones”) en el que lo más actual y novedoso, el diseño, la tecnología, se mezclan con lo sagrado, lo milenario, con las luces de neón, lo kitsch…, con Kawabata y Murakami. Escribe Pérez Zúñiga: “Yo no tengo pastillas, tengo las páginas de Kawabata con peso de orquídea.” Amor, viaje. Ambos, uno, girando en círculos concéntricos, a veces tal las ondas que se expanden por el agua tras arrojar a su superficie una piedra, ondas hacia afuera, abriéndose, extendiéndose; otras, al contrario: ondas que se cierran desde el exterior hacia adentro, concentrándose en un vórtice de tensión. Anillos. Anillos de Saturno que sobrevuelan ángeles caídos o luminosos. Figuras, las de los ángeles, muy presentes en estas páginas y que las cruzan con estela de Rilke: “Vosotros qué pensáis, / ángeles salvajes, / de qué modo tomáis ensangrentando el corazón de nuestra noche”. Inevitable la sombra de Blake y los grabados de Gustavo Doré, como el del desembarco ante la amurallada Dite (Canto VIII), ciudad expresamente nombrada en varios poemas, nombre al que, por su referencia infernal, también recurrió Concha Espina en su novela El metal de los muertos. En este ámbito poético de contrarios, infierno, paraíso, Dios, Lucifer, Caín, Abel, puede recordarse que el diteísmo es una concepción religiosa que acepta dos dioses.
Ernesto Pérez Zúñiga deja fluir la voz interior con una bien medida, controlada, irracionalidad que crea sugerentes imágenes ajustadas al vértigo de precipicio de esa mitad del camino de la vida, y con ellas engarza mundos distantes, fusionando míticamente tiempo y espacio. Y junto al amor como fuerza de renovación y transformación, no olvida la realidad social: “Llueve, han decapitado con rabia a un civil de los Estados, / turbantes negros. Se movía joven, se movía el cuchillo en / su garganta con euforia feroz. / (…) El petróleo más caro tras la quema de oscuridad / en el desierto.” Transitados estos senderos, ceñidos sus anillos, cabría preguntarse, ¿y el caminante del siglo XXI en qué círculo se encuentra?