Bienvenido a casa
No estábamos allí
Jordi Doce
Pre-Textos
104 páginas | 16 euros
Comencemos por el verso final: “Así empiezan los cuentos: un viajero regresa a casa”. Naturalmente, el viajero es Jordi Doce, que retorna a la casa de la poesía o, dicho con rigor, a la de la literatura en sus variadas manifestaciones pues No estábamos allí recoge poemas, aforismos, prosas, apuntes de taller, poemas en prosa y citas, brevedades en suma que transitan por la ruta abierta con Perros en la playa (2011). Decía Valente, uno de los maestros de Jordi Doce, que los géneros breves tienen naturaleza genesíaca y la forma apunta a la disolución, por lo que no es aventurado suponer que el autor de Las formas disconformes (2013) acabará saltando las tapias genéricas y decantándose por los “textos de amalgama”. Creo que ahí se oculta el tuétano de su escritura.
El citado verso de cierre funcionaría también como apertura, al igual que su gemelo “Siempre lejos, siempre volviendo a casa”, es decir, volver en el sentido de “encaminarse a”. La idea del viaje iniciático para acceder al autoconocimiento y la madurez vertebra el libro de modo significativo. Por ejemplo, “Exploración”, que recuerda al amnésico Travis Henderson atravesando el desierto tejano a la búsqueda del yo perdido en un recorrido hostil (“Tierras sin nadie, nubes errantes, algún árbol”) y accidentado (“Un fuego me quemó por dentro y no hubo tregua”). Hay más textos de esta índole (“Una vida”, “Una ciudad en el norte”) y autorretratos (“Elegía” y, sublime, “Piedra”).
Wim Wenders se reservó el punto de partida de la aventura de Travis y Jordi Doce no es más explícito (“Estás aquí, y aquí es ninguna parte”), aunque ofrece pistas recurrentes (“El niño se perdió en el bosque”, “Un niño se perdió volviendo a casa, y así comienza todo”, “Así empiezan los cuentos: un niño se pierde en el bosque”). Niño, bosque, extravío. Parece un cuento infantil o una fábula. No estábamos allí es rico en narraciones extraordinarias. Entre ellas, la descorazonadora “Grendel”, inspirada en el homónimo antagonista de Beowulf; “Fábula”, preciosa concatenación en línea con “Linaje” o “Cuervo improvisa” de Ted Hughes, al que Doce tradujo memorablemente; y las fantasmagorías “En el parque”, “Incógnita” y “El visitante”, afines a su ensayo Imán y desafío. Presencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea (2005). No acaban aquí los juegos. “Monósticos” tiene la estructura de un palíndromo y las ilaciones de “Notas a pie de vida” invitan a lecturas desordenadas, pero con la tentación de reordenar las entradas para darles continuidad. Pienso en el David Markson de La soledad del lector o en un puzle.
Sin embargo, no predomina el tono lúdico. Por los territorios nevados y umbríos de No estábamos allí deambulan personajes inseguros que se expresan con fórmulas pesimistas —no te interesan, no consigo, no se hallaban, no sabes dónde vas—, incómodos entre la realidad y la duermevela. Por las venas del libro corre la sangre —de nuevo en sintonía con el Cuervo de Hughes—, asociada a pérdidas, heridas y muertes, salvo en “Elegía” y “De vita beata”, en los que la circulación es metáfora de la vida. De las relaciones de pareja solo cabe esperar la ruptura o, siendo optimistas, la rutina (“Contrapunto”, “Paisaje”, el espléndido “Epílogo”).
Terminemos por el principio. Melquiades Álvarez firma la viñeta de la cubierta, una pasarela suspendida en el aire con cuatro paseantes que se reflejan borrosos en el azogue de una lámina de agua. Es un magnífico resumen de la tesis de No estábamos allí, un título que en su indefinición atesora las coordenadas del camino de regreso a la casa de las palabras.