El canto de la vida
Ser el canto
Vicente Gallego
XVIII Premio Generación del 27
Visor
66 páginas | 10 euros
Este íntimo acuerdo con mis pasos:/tan sólo quien se busca en el camino/ y al encontrarse al fin está desnudo”. Estos versos pertenecen a La luz, de otra manera (1988), el libro inicial de Vicente Gallego. Un libro que, reescrito diez años más tarde, sería el renovado punto de arranque de su escritura actual tras dos libros posteriores que el poeta valenciano ha ido borrando progresivamente de su obra completa: Los ojos del extraño (1990) y La plata de los días (1996). A partir de la nueva edición de La luz, de otra manera el poeta imprimía otra dirección a su obra sacando a la superficie esa forma de ver y de sentirse en el mundo que rubricaba su primer libro y que recorría subterráneamente los citados: “esta dicha modesta de saberme/ aquí, ahora, yo. No hay más. Acepto”.
Desde Santa deriva (2002) Vicente Gallego ha ido procediendo diversamente a ahondar su percepción de la íntima unidad del ser en un proceso de depuración que, partiendo de la intensa búsqueda verbal de Cantar de ciego (2005), intensifica la aspiración a una forma de mística del conocimiento de la realidad y de descubrimiento cordial en la que este sensitivo esencial integra conciencia existencial —Si temierais morir (2008)— y comunión con la naturaleza: Mundo dentro del claro (2012), Cuaderno de brotes (2014) y Saber de grillos (2015).
Este proceso desemboca en la exaltación del himno a las cosas que constituye el entramado de Ser el canto y que participa de la riqueza sensorial de un Pedro de Espinosa y de la aspiración a un conocimiento otro, intuitivo y fervoroso, deudor de Juan de Yepes, protagonista de uno de los poemas. A lo largo de cincuenta cantos Vicente Gallego trata de subsumir realidad, sentidos, afectos humanos y despojamiento humilde de la conciencia individual en una cada vez más armónica aspiración a diluir el yo y la felicidad sin causa en el canto mismo: “Ya no sé si era música/ la carne, o si una lágrima,/ o el gozo de escribirse con la letra/ del cuerpo de la vida y ser el canto”.
A propósito de estos poemas se habla de depuración, de despojamiento, de humildad. Sin duda esto es así en cuanto a la razón de fondo del libro, pero su encarnadura en lenguaje pocas veces se materializa en Vicente Gallego como desnudez o como simplificación expresiva. Lo que se busca es, además, contagiar al lector el entusiasmo y el convencimiento mediante una rica variedad de la materia textual, comenzando por la musicalidad de los versos y desgranando un variado repertorio de recursos retóricos, desde el papel clave de las preguntas y las exclamaciones —“Ay, rosa de canción, cuánta pobreza”—, hasta el juego de apariencia paradójica —“Porque ver es llenarse/ de nada en absoluto y verse lleno,/ de toda esta hermosura”— o el empleo sorprendente de frases hechas —“Me estoy quedando en nada,/ a más pájaro subo, estoy que trino,/ ya casi soy real rompiendo noche”— y, en suma, la profusión de imágenes sensoriales que estallan su sorpresa en nuestros ojos: “Con su voz de azafrán canta la noche,/ los luceros se parten la camisa”.
Asombro, celebración, entrega: “Este es mi porvenir,/ un beso a ciegas”. Y voluntad tenaz de diluir su palabra en una verdad insondable: “No nos falte en la noche,/ no nos falte humildad/ este querer morirnos/ de puro no poder saberle al canto,/ hasta que él la declara,/ su verdad, sólo suya, la que vive”.