Cómplice del camino
Balada en la muerte de la poesía
Miradas de Juan Vida
Luis García Montero
Visor
72 páginas | 18 euros
Balada en la muerte de la poesía desarrolla sus veintidós secuencias sobre un sencillo argumento: la noticia de que la poesía ha muerto, las oscuras circunstancias de su muerte, el velatorio, las necrológicas y el entierro, el regreso a casa en un fantasmal ambiente urbano de desolación y miedo y el poeta comenzando a escribir el libro que el lector tiene en sus manos, que es a la vez ejercicio de resistencia y homenaje a sus poetas más queridos: “A puerta cerrada abro un cuaderno, le pido un esfuerzo a la tinta y a los desfiladeros, me doblo y me desdoblo para estar a la altura de todo lo tachado (…) me busco y empiezo a escribir estos retornos de lo vivo lejano, este largo lamento, esta desolación de la quimera, estos poemas póstumos, estas palabras sin esperanza y con convencimiento, esta casa encendida, esta balada en la muerte de la poesía”.
Más allá de la historia que propone el título, este poema en prosa es una amplia reflexión de Luis García Montero acerca del papel de la poesía en unos tiempos de banalización del lenguaje, de ruido televisivo, de desamparo colectivo: “esta es la balada de la gente que se quedó sin rostro”. Es también un poema de amor, un poema melancólico de amor a la palabra cuando se siente que la poesía, vieja amiga, ha perdido su función y sus valores a manos de los raptores del lenguaje y del pensamiento, los dueños del dinero: “utilidad, mercantilismo, demanda, eficacia, prisa, ayer, nuevos tiempos (…) Es el vocabulario de esta muerte”.
Mediante la fusión de elementos narrativos e imágenes que se encadenan para abordar lo social y alcanzan un ámbito simbólico, el libro se abre a una variedad de motivos que enlazan con los temas y modos esenciales de la escritura de García Montero y que apuntan al corazón del conflicto, a la conciencia personal de la sociedad contemporánea y al análisis de la intimidad.
Junto a la constatación del evidente deterioro de la convivencia —“Este frío (…), estas órdenes sin ojos, esta avaricia abstracta, esta crueldad indefinida”—, del sentimiento colectivo de soledad y la incomunicación de los individuos en medio del ruido atronador de los medios de comunicación, el poeta abre espacios a la propia intimidad que acusan la herida del tiempo, “el anticipo de la podredumbre”, la conciencia de la pérdida, las ausencias de los “viejos amigos que todavía queman con una palabra en la mano” —Ángel González, Alberti, Javier Egea, Gil de Biedma, José Emilio Pacheco…
Acuden también, dando cuerpo a la necesidad de la poesía, los grandes maestros: Rubén, Lucrecio —“Si mueren los dioses se acaba el miedo, la rabia contra nosotros mismos”—, Manrique, Borges, Baudelaire, Garcilaso, Lorca, Antonio Machado, Neruda, Szymborska, Ajmátova… y nos recuerda la Balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde: “Una pantalla de televisión siempre repite lo que dice hasta convertirlo en escombro y en botella vacía. Los hombres matan todo lo que odian. Los hombres matan todo lo que aman”.
Acompañan a las secuencias de esta Balada otras tantas Miradas del pintor granadino Juan Vida. Las caras de estos dibujos son borrosas como su anónimo colectivo, están marcadas, mutiladas, manipuladas por los signos misteriosos del mismo horror, la misma violencia, la misma despersonalización de los individuos que Luis García Montero ha plasmado en sus palabras. El mismo dolor íntimo que es el dolor de todos y que protagoniza este poema, nuevo en la trayectoria del autor y a la vez genuinamente suyo.