Ser dentro del amor
De lo que amé
Fernando Alguacil
Polibea
64 páginas | 10 euros
Fernando Alguacil (Granada, 1940) le ha tomado la temperatura al paso del tiempo a través del teatro, algunas incursiones en la narrativa, la lectura íntima de los objetos artísticos en su tienda de antigüedades y la poesía que, con la quietud de quien ahonda, ha ido cristalizando en cuatro libros: Cuerpo de amor, Sorprendida memoria, El jardín interior y De lo que amé, poemario publicado por una editorial, Polibea, que sabe fundir el oro del contenido y de la forma. Todo ello insertado en la tradición artística y cultural granadina, como afirma el profesor José Ignacio Fernández Dougnac, quien señala los elementos claves de su poesía: “la expresión amorosa y los elementos vegetales utilizados como estímulo poético o instrumento simbólico, naturaleza elevada a estado de conciencia; la carnalidad del amor sin eludir la herida del recuerdo; la fusión con el `[amado hasta perder la propia identidad y la presencia de la muerte como momento de conjunción máxima de los amantes; a lo que se suma el espacio irradiante del carmen granadino, cuyo “paraíso cerrado” cataliza el misterio de la existencia, y un espíritu constante resucitador entrañado en la propia escritura”.
En cuanto a los débitos literarios de Fernando Alguacil son claros para Fernández Dougnac, el Pedro Soto de Rojas de Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos y, sobre todo, Elena Martín Vivaldi, la gran poeta granadina y astro solitario por su independencia de cualquier grupo o corriente que, por su soledad existencial, raíces metafísicas, su soplo romántico y su cultivo de la esperanza, tiene bastantes puntos en común con Alguacil. Todas estas características son predicables del poemario De lo que amé, formado por veintiún sonetos entre los que se intercalan breves composiciones sin ninguna concesión de las huellas de una vida. Sonetos en los que adquiere un valor sustancial el paso del tiempo, una encarnación del pasado tal que pensamiento y emoción vibran en presente, y es que este, como observa el profesor Dougnac, “se engrandece, se ensancha con la vivencia íntima del amor y sus gozos”. Vivencia que en este libro está nutrida por el sentimiento de pérdida del amado, que no impide la absoluta entrega a quien desde su separación solo engendra soledad y dolor y es anuncio de la muerte: “Mi dolor alimento hasta saciarme, / y en soledad mi alma se desespera / presagiando la muerte al entregarme”. Las espinas del desengaño anudan este poemario en el que existe una correspondencia orgánica con la naturaleza y un tono reflexivo que conduce al poeta a la aceptación del desamor. Poemario del que también es fuente la memoria (tan presente en el emocionante soneto donde se reconcilia con su padre) y brilla la belleza, triunfadora hasta de la muerte. Los sonetos de este libro son el pulso mismo del amor, de su doble rostro, el de la ventura y el de la desdicha y el sufrimiento. Durante su lectura, lentamente nos va inundando sin que desaparezca nunca el puerto de la esperanza.