El comienzo de la compasión
Cual menguando
Chantal Maillard
Tusquets
130 páginas | 14 euros
Los lectores de Chantal Maillard (Bruselas, 1951) ya conocíamos a Cual. Desde Hilos seguido de Cual (Tusquets, 2007) o desde Cual (una edición del Centro Cultural Generación del 27 del 2009, colección la Sirena inestable, con espejo y película del super-8 en la que la autora interpreta a su personaje, que a su vez interpreta al Buster Keaton de Film de Samuel Beckett), sabemos que este “ente autónomo”, que no “es un álter ego” porque no le interesa lo más mínimo su creadora, se encarga de llevar un registro de las desapariciones, los desvanecimientos, las perplejidades, las grietas, los orificios, las incontinencias o los adelgazamientos que se van produciendo en la vida de uno (o en la vida a secas). Así se le define en el epílogo de este libro: “Tierno, desapegado, imprevisible, simple —en cierto modo idiota— o de algún modo sabio, ha sido el contrapunto ideal de esa parte de mí tan sólida que se complace en lamentarse”. Cual, en efecto, no se lamenta porque hacerlo hubiera sido hacerle el juego a lo real y al yo que lo apuntala; y porque nuestros lamentos alimentan y justifican, por arriba, el supuesto (y probablemente falaz) estatuto ontológico del universo y, por abajo, los cimientos sobre el que se alzan, dominantes, las ciencias.
¿Qué hace, entonces, Cual? En los diecisiete poemas de la primera parte Cual se empeña en su abismo, rescata una avispa, se agarra a una cornisa, escucha, siente picores, coge una rama de enebro, se rinde, se asoma a un tablero, es rozado en la boca por un insecto, pasea por entre unas ruinas, celebra el solsticio, ensarta escarabajos, le tiembla el mí o hace inventario de sus trajes (uno especial para pasear libélulas, otro para construir metáforas). En las cinco piezas breves de la segunda parte (cinco obras de teatro mínimo, también un homenaje y un diálogo con Beckett) Cual y (su compañero o sombra o hueco) Fiam hablan, por ejemplo, de cajas de zapatos (que no son de la talla de uno, especifican) donde quizás aniden ratones o concluyen que “las palabras son difíciles de sentir” y que las “más de las veces incomodan”. Cual (y Fiam cuando se asoma a estas páginas) es un adverbio que piensa como un sustantivo que piensa como un nombre propio que piensa como un verbo que piensa como un adverbio: un círculo vicioso donde la gramática salta en mil pedazos, la semántica se abre las venas, la filosofía se da cabezazos contra un muro, y la poesía el drama caen y se levantan una y otra vez como borrachos en una pista de hielo. Y, sin embargo, es fácil acompañar a Cual, que no sabe rechazar (como un vaso no sabe rechazar el agua que vierten en él) y le incluye a uno con naturalidad en sus nudos sonoros, y es emocionante entender su necesidad de borrar lo inteligible que hace daño en favor de lo ininteligible, lo inadecuado o lo borroso que sanan las heridas causadas por ese crónico y fatal exceso de conocimiento que exudan las muchas instancias de poder que se disputan nuestro mundo.
Cual, como dice Chantal Maillard casi al final de este libro, “podría augurar el fin del psicoanálisis y el comienzo de la compasión”. Poesía que acompaña, acompañar poético. Pero para que eso suceda lo primero que hay que hacer es aprender a “reducir el movimiento” y “el flujo de la mente” (y su incontinencia), a “aquietarse”, a “perder continuidad”: a menguar, en definitiva. Hacerse una tan pequeña que la realidad no pueda localizarla y luego escribir eso con hilachas, sobras o avispas enloquecidas.