¿El final de un camino?
Volver y Cantar
Luis Suñén
Editorial Trotta
72 páginas | 12 euros
Luis Suñén emprende un camino a través de este conjunto de poemas. Es un territorio lleno de vida; un sendero en el que la música, las letras y las criaturas que le rodean lo acompañan y lo alimentan en su sosegada contemplación del mundo. Parece que se trate a veces de un verdadero final con recuento, pero no hay en estos versos un cierre melancólico sino más bien el gozo del tránsito. Y no diría yo que la esperanza de que este camino de la vida no tenga final, pero sí la ilusión acaso de que haya otro principio. Tal vez por eso puede intuirse cierta espiritualidad en estos versos; toda poesía que de verdad lo sea se alimenta del espíritu. La delicada esencialidad en la que se desenvuelve su meditación lo lleva a veces a los silencios del místico. Y si se tiene en cuenta que su camino es en buena parte un camino interior, una manera de mirar hacia dentro para hallar un mundo que posee afuera, no es extraño que logre otra vida: la que resulta de su contemplación del mundo, ordenándolo, a veces agradecido, en la paz de un universo propio. Que diga más de lo que aparentemente dice no tiene nada de particular tratándose de un buen poeta, pero que lo diga de una manera contenida y produzca los efectos de una luz que más que entrar en él nos permite iluminarnos a nosotros mismos creo que es el acierto mayor de esta buena poesía. Cuando la meditación no se vuelve predicación y nos llega desde la mesura produce estos efectos. Y nada más lejos de Suñén que cualquier altisonancia. Es tan quedo su lenguaje, tan límpido, que consigue la comunión del lector con el autor a través de la intimidad a la que da lugar la serena manera de mirarse y de mirarnos. Porque nada más lejos del poeta que introvertirse para contemplarse únicamente a sí mismo: lejos del espejo de Narciso, se nos entrega en su palabra con la seguridad de que va encontrar en nosotros unos buenos compañeros de viaje. La posesión de un estilo —sobrio, desnudo, personal— no impide la incursión a veces en cierta narratividad que enriquece sus registros. Es más: rescata así imágenes anecdóticas que dan sustancia al poema. Tampoco la palabra precisa que tanto abunda en sus versos se ve afectada nunca por la incorporación de términos coloquiales que no mancillan su delicadeza expresiva sino que por el contrario añaden sustancia al poema. Las referencias culturalistas lejos de constituir adornos resultan tan vividas como las evocaciones de la vida cotidiana, de modo tal que el nombre de un poeta egregio aparece en los poemas con la misma naturalidad que el de una amiga suya, desconocida para el lector. Y no es esto lo único que nos lleva a concluir que Volver y cantar es un libro lleno de naturalidad. La naturalidad expresiva de Luis Suñén es uno de los principales logros del libro. Y digo uno porque el valor de su discurso —si puede llamarse discurso a su modo de sentir y mirar el mundo y el trasmundo— es también una mirada original al abordar el tiempo de acabarse, sin que uno pueda asegurar que el poeta esté seguro de que algo acaba cuando algo empieza o que la huella de nuestros pasos no desaparezca. O no desaparezca al menos para nosotros.
Sin haber sido integrado nunca en grupos poéticos generacionales o de otra índole —poeta al margen como lo han sido otros tantos buenos poetas españoles, y no poeta menor como él mismo se cataloga en sus versos— Luis Suñén, que lo mismo entra en su libro en escenarios anglosajones que se refiere a poetas de otras lenguas que lo han alimentado, consigue incrementar la personalidad de su voz con Volver y cantar. Si alguien ha podido pensar que por su contenido este es un libro póstumo que destierre su equivocación. El poeta acaba de resucitar y estoy seguro de que volverá a sorprendernos.