El infierno común
A puerta cerrada
Luis García Montero
Visor
110 páginas | 18 euros
A puerta cerrada abro un cuaderno, le pido un esfuerzo a la tinta y a los desfiladeros, me doblo y me desdoblo para estar a la altura de todo lo tachado…”. Así se cerraba en 2016 Balada en la muerte de la poesía, densa alegoría moral sobre el papel de la poesía en nuestro tiempo y preludio de este extenso libro al que las citadas palabras dan título.
La larga gestación de los 63 poemas que componen A puerta cerrada (2011-2017) da cuenta de un variado ejercicio de conciencia poética en el que se imbrican los estímulos de una intimidad en la que “los cuerpos han perdido su papel de regalo” y la reacción moral desde la poesía a una crisis económica, social y de valores: “En las puertas cerradas / hay una obligación que llamamos futuro”. El resultado es una secuencia unitaria de composiciones en la que “todo tiene que ver”, como se dice en “Entretiempo”, que abre el conjunto continuando el difícil balance íntimo de su personaje que ha ido realizando García Montero en cada libro sucesivo, ya desde Habitaciones separadas (1994) y, muy especialmente, a partir de “Cuarentena”, en La intimidad de la serpiente (2003).
Frente a la sentencia de Jean-Paul Sartre “el infierno son los otros”, de su obra A puerta cerrada, estas composiciones plantean la interiorización del conflicto colectivo en una compleja trasposición de perspectivas: varios poemas —“Confieso”, “Los acuerdos”, “En un libro de Luis Cernuda”, “La fiesta”, etc.— inciden diversamente en el proceso de cifrado de la doble cara de lo público y lo privado, como en “Las puertas cerradas”: “La unidad no es amor, sino intemperie. / Vivir a los dos lados de una puerta”.
Si, como plantea aquí la poética de García Montero, la poesía debe abordar el infierno común, resulta oportuna la figura de un lobo que alude, sin duda, al homo homini lupus de Hobbes en su propuesta de un contrato social. Este lobo alegórico, que recuerda en parte los de Rubén Darío o Joan Margarit, sirve para enfrentar dialécticamente, mediante el desdoblamiento del sujeto, los motivos de la indignación y del voluntarismo esperanzado que se contraponen en todo el libro: “Discutimos la cólera, / el vivo resplandor de la violencia. / El lobo calla y salta / sobre las rocas del periódico. / Va de guerra en frontera, / de ejecución en norma, / y huele los infiernos de las buenas palabras” (“Las infecciones”).
Con una expresión a menudo oblicua y un uso muy suyo de las definiciones paradójicas, se suceden con la música infalible de los versos de García Montero el recuento biográfico de poemas como “El lobo melancólico” o “Vigilar un examen” —“Sentirse tachadura / sobre papeles amarillos, / víctima y responsable / de un amargo suspenso general”—, reflexiones sobre la poesía, recuerdos, noches de insomnio, el misterio de las canciones —“Faro”, “Cuenta atrás”—, tan frecuentes en el poeta, y poemas de distintos personajes, de implicación social, como en “Una tristeza sentada”, o de memorias amorosas, como “Mónica Virtanen”, o “Callado y fijo”, que funde evocaciones de diversas historias de amor: “deseo / memoria tras memoria, / sus ojos conmovidos”.
Entre la expresión de la rabia en “Pensamientos del lobo” —“Alcanza el corazón / de las tinieblas. Muerde”— y la afirmación de un “amor que vive en el mañana”, Luis García Montero nos entrega en A puerta cerrada un libro complejo, de balance, actual y necesario, con poemas que cuentan entre los mejores de su obra.