El jugo de hacer versos
Mi vida es un poema
Javier García Rodríguez
Ilus. María Herreros
SM
176 páginas | 12,95 euros
La adolescencia es un país al que resulta muy difícil regresar. Acaso por ello cada vez tardan más en abandonarlo quienes lo habitan y vivamos tiempos en los que la adolescencia se alarga más allá de los treinta años. Una confusión en el juego de las etimologías ha querido que subrayemos en los rasgos de los habitantes de ese país “aquello que les falta”, cuando en realidad “adolescere” no significaba más que “crecer” y adolescente por tanto “el que está creciendo”. Como en el acto de crecer se da por hecho que el que está creciendo no está todavía terminado, la lengua puso el acento precisamente en aquello que le faltaba por crecer, es decir, en aquello de lo que “adolecía”. Se diría que una de las condenas —o quizá tesoros— de quienes habitan ese país es no poder expresar convenientemente sensaciones y misterios, estos solo podrán agarrarse desde fuera, ya en el exilio de la madurez, y desde ahí es muy difícil que no desaliente el tonito de sermón edificante. Aunque se conocen algunos casos de poetas y novelistas que lograron hacer visible el mundo adolescente con fuerza tal que no solo los melancólicos de la adolescencia pudieran complacerse, sino también los propios adolescentes. Es el caso de los poemas que Javier García Rodríguez reúne en Mi vida es un poema. Parece evidente que la primera precaución que tomó fue no condescender a tratar a los adolescentes como bobos: más que en aquello que les falta por crecer, aquello de lo que adolecen, prefirió fijarse en todo lo que han crecido.
Las piezas que integran el libro de JGR parecen querer agotar las posibilidades retóricas de un poema. De hecho, llega a plantear, sin plantearlo explícitamente, qué es un poema y dónde está la poesía —un poema es un recorte de periódico, otro son unas instrucciones, hay raps, sonetos, estrofas romanceadas, verso libre, prosa poética, microrrelatos, chistes visuales, greguerías—. Así que el libro puede valer tanto como gran lección para aprendices del verso como para lectores que ya hayan crecido lo suficiente como para saber que o toda la poesía es adolescente por definición o ninguna sabe serlo y por lo tanto o “libro de poemas para adolescentes” es una redundancia o bien es una contradicción. El autor encuentra el tono justo para que el juego de hacer versos sea algo más que un juego: un jugo. Y sin ponerse grave en momento alguno, logra emocionar en sus mejores intantes y reírse del presente —con el presente— volviendo poesía lo que no lo era (ejemplo de ello es “Spam para hoy y hambre para mañana”, poema en el que se imita uno de esos mensajes que todos hemos recibido de alguien que con español de Google Translate nos pide amistad y lo que se tercie). La capacidad alquímica del poeta para enseñarnos a ver esa sustancia que es la poesía, donde nadie parece esperarla, es asimismo una espléndida forma de que, por debajo de los propios poemas, se vaya enunciando una gran lección pedagógica. Si la lección tiene suerte, que esperemos que sí, este libro habrá ganado para la poesía muchos lectores.
Con insólita energía, JGR ha hecho justo lo contrario de lo que una manada de poetas hace en nuestra época: si ellos publican versos adolescentes para el público adulto en editoriales adultas, él viene a publicar un libro de versos en una editorial juvenil en el que se da el lujo de tratar a los adolescentes como adultos. Para muchos de ellos no puede haber mejor puerta de entrada a la poesía, y solo por eso ya hay que envidiarlos. La edición, además, ilustrada por María Herreros, es una preciosidad.