El recorrido de una voz
Cántico de disolución (1973-2011). Poemas escogidos
Jaime Siles
Verbum
318 páginas | 19,99 euros
Cántico de disolución adquiere casi la categoría de unas obras completas de Jaime Siles. Quizá porque completas, completas, las obras de nuestros mejores poetas no ofrecen en ocasiones la mejor revisión para el lector exigente y hasta para el propio autor. Tanto más completa puede resultar la obra de un poeta si se la reduce a unos poemas escogidos. Y no digo que este pueda ser el caso de la poesía de Siles en su unidad y en sus cambios, no ajenos a su unidad, sino que la selección, que aquí es excelente, permite al lector asomarse a una obra variada como a una obra única sustancial.
Él admite que en su poesía hay un único tema —la realidad— que unifica otros dos: la identidad y el lenguaje. Pero a mí me parece muy admirable el poeta que nace con una voz y logra como Siles desarrollarla, manejarla a su antojo, dejarse manejar por ella. Y lo logra por su tenaz relación con la palabra, acaso porque el poeta Siles no es filólogo por casualidad o mero oficio. Reconoce que el lenguaje ha sido siempre para él una obsesión. Fuera del lenguaje, dice, no hay nada, no existe nada. Y es que el filólogo aparece siempre donde el poeta lo espera o no, pero se hace presente. Como se hace presente el hombre de cultura sin que la referencia culturalista sea mero adorno o necesario bastón, sino un resultado de la memoria o la emoción que aporta el aprendizaje de una cultura vivida. Lleno quizá de desconfianza a veces con la propia memoria. Del mismo modo que los iconos de un tiempo nuevo o los paisajes de la vida cotidiana en cambio llegan a imponerse en una misma mirada secular que alimenta la coherencia y la fidelidad a una manera de ver el mundo. Siles busca iluminar al poema para que el verdadero poema nazca de su propia oscuridad. No es una falsa realidad la que intenta mostrarnos, sino una realidad que busca otra, la que no se queda en lo que vemos. Sabe muy bien que las palabras van más allá del silencio y las persigue. Entre otras cosas porque la palabra para él es placer en sí misma. Parece tener muy en cuenta que la palabra nos hace más que nos explica.
Y por eso se propone, quizá, una poesía llena de interrogantes que no buscan respuesta. Trata, como él mismo ha dicho, de “vivir al otro lado del poema”. Acaso por eso dice él que el poema es “aquello que todavía no se ve, pero sí se oye”.
¿Es una metapoética lo suyo, es Siles un poeta existencialista, es un poeta metafísico? ¿Es ahora más que antes un poeta de la memoria? Responde él en la brillante introducción a este libro: “Ni yo ni mis personas poemáticas somos uno y el mismo, como tampoco lo es el propio yo. Lo queramos o no estamos siempre en continuo movimiento”.
Pero si Cántico de disolución, además de constituir una selección de la intensa obra de Jaime Siles, se acompaña de una poética tan abarcadora y brillante como la que añade el autor a su obra —toda una hermosa teoría de la expresión poética, por usar el título de una obra fundamental de Carlos Bousoño—, cuenta por añadidura con un epílogo tan excelente como explicativo de Martín Rodríguez-Gaona, a quien Siles agradece con justicia su inteligencia crítica, el libro contiene otro libro en su parte ensayística que constituye en sí misma no sólo una explicación de la poesía de Siles sino una brillantísima lección sobre la poesía en general.