El rincón del yo
Chocar con algo
Erika Martínez
Pre-Textos
88 páginas | 16 euros
Chocar con qué, se pregunta uno según avanza por este nuevo libro de Erika Martínez (Jaén, 1979). En él, primera pista, hay piedras, llaves y puertas, cepos y palos, sogas, pesas y barras, incubadoras, extintores, ventanas: objetos contundentes que prueban la mutua impenetrabilidad de los cuerpos, y barreras a la libre circulación de las cosas, que tienen que apartarse cuando en su camino se cruzan otras cosas. En él, segunda pista, aparecen oficinas, instituciones públicas, gimnasios, almacenes, cuevas, desiertos, cocinas, varias ciudades de distintos países, montañas, fábricas, hospitales, estanques con patos, bares, pueblos sumergidos: lugares que no sirven tanto para ubicar un espacio (apenas se describen y uno siente que siempre están a punto de ser tachados del poema) como para fijar un tiempo, para darle escansión, para hacerlo vibrar, para integrarlo en el canto. En él, tercera pista, se habla del superyó, de la producción negativa, del desarrollismo, del plan hidrológico, del cartesianismo, de la colectivización: estructuras de poder ideológico, social y político contra las que uno se topa, en muchas ocasiones sin darse cuenta, cuando se enamora, camina por la calle o por la naturaleza, se pone a comer, visita al ginecólogo o escribe un poema.
Pero en él, cuarta pista y quizás definitiva, hay una poética que consigue colocar todas las piezas anteriores en su sitio o, por lo menos, darle sentido. Una poética que huye de la primacía de las abstracciones porque, para elaborarse, no recurre a una tradición literaria o cultural determinada sino al modo en que una abuela cocina (como lo hacía de oído, la nieta tiene ahora que escribir probándose su “tímpano cansado”), una madre desnucaba a los conejos que le regalaban sus pacientes (“creo en la feminidad de su poética y en la fiesta de aquello que respira”, dice la autora al comentar ese recuerdo) o aquella misma abuela retorcía la ropa en un fregadero (“Quién sabe lo que habría conseguido estrujando versos”). Como si la escritura dependiera más del hilo de sangre que nos ata a los otros (familiares o amantes, camareros o limpiadores, enfermeras o compañeros de trabajo) que de los tratados o la historia. Como si la poesía, esa manera de retorcer las palabras para que cuenten los secretos del mundo y, al hacerlo, nos libren de los demagogos que nos sojuzgan, esa “discapacidad omnipotente”, fuera creadora de acontecimientos y de realidades antes que producto de ellos, y por ello nuestra única esperanza de ser libres. La poesía, entonces, como forma de chocar: contra las oscuridades del mundo, contra el lenguaje desalmado, contra la sintaxis falsa y previsible de lo que sucede, contra los sentimientos endurecidos (el primero de todos, el amor), contra la generalizada artrosis del pensamiento.
Erika Martínez va chocando contra más cosas en este libro. Ese “algo” del título es, de hecho, un “todo” encubierto o implícito. Porque se trata de eso, porque la poesía va de eso: de chocar con todo (tomando carrerilla, empujando, dando patadas) hasta encontrar el sitio propio, ese rincón para la alegría y el juego, para el yo o lo que quede de él, para el erotismo y la reflexión. Y mientras lo hace y nos arrastra con ella, nos ofrece a sus lectores poemas en prosa y en verso lúcidos y con altas dosis de oxígeno. Un libro que escala una cima sin miedo a los aludes (uno de sus textos contiene una recomendación para sobrevivir en caso de ser sorprendido por uno) ni a deshacerse de los silogismos a los que, cuando se emprende una ascensión como esa, no se tiene más remedio que renunciar.