El tiempo amarillo
Biología, Historia
Antonio Jiménez Millán
Visor
110 páginas | 20 euros
Biología, Historia me parece un título sorprendente para un libro de versos. Dos términos en apariencia antagónicos —la Biología, una página escrita; la Historia, un folio en blanco—, de cuya sinergia resulta la Biografía, ciencia no reconocida de amplia aceptación por los poetas.
Trazar el perfil biográfico es un ejercicio de funambulismo sobre el alambre del tiempo. Pero sin riesgos cualquier biografía deviene en chismorreo. Antonio Jiménez Millán empezó a jugársela en algunos textos de Casa invadida (1995) y plenamente en Inventario del desorden (2003). Antes de volver la vista atrás había firmado un pacto de no agresión con la realidad (del presente) y el deseo (del pasado) para atenuar las decepciones, por ejemplo, la caída de los mitos y su carga simbólica: la fotografía del beso frente al Hôtel de Ville, firmada por Robert Doisneau, era un montaje. La belleza perdura, pero incomoda saber que al cabo nos mintieron en lo que más quisimos o admiramos. Aunque el tiempo reajusta las identidades y deja las certezas en el vacío, y cuesta resistirse a la seducción de la nostalgia, no cabe el engaño porque es estéril “idealizar un sueño adolescente”. Y es que el tiempo tiñe el pasado de luz macilenta. El tiempo amarillo, rotuló sus memorias con acierto Fernán Gómez. O “la deriva a sepia de las fotografías”, dice AJM, degustador del arte del siglo XX, sobre el que soporta buena parte de su biografía. El flujo del tiempo rema a favor de las imágenes, aparecen detalles que el brillo del papel nuevo ocultaba a la vista. El sepia al que se refiere colorea el significado actual de los recuerdos personales ligados a períodos relevantes de la Historia de España (guerra civil, transición), y las conclusiones no son optimistas: “hoy he de confesar que tengo miedo”. Miedo a los rancios presagios, al olor a Historia repetida que desprenden las banderas al ondear. El recurso a la fotografía es tan frecuente que Biología, Historia puede hojearse, en sentido estricto, como Juan Ramón Jiménez quería que se viese, en sentido extenso, Diario de un poeta recién casado: un álbum de poeta.
Juan Ramón continuó la tradición, inaugurada por las crónicas madrileñas de Bécquer, de hacer de la ciudad el espacio creativo. AJM acepta esa herencia —Ciudades tituló una antología de 2016— que lee las calles como un libro y oye los sonidos de las avenidas como una partitura. Sobre todo, en Granada. Siento predilección por un verso de Clandestinidad (2015) que con serena ambivalencia resume la condición de foráneo y el sentimiento de vínculo con la ciudad natal: “el ausente que nunca terminó de marcharse”. Otra muestra del pacto al que antes me refería. Al fin, interpretar una ciudad es integrarla en el patrimonio del yo. En Biología, Historia visitamos, además de la Granada de la infancia y adolescencia, Barcelona, París, Collioure, Aix-en-Provence o Venecia.
De tono conciso y lúcido, la poesía de AJM ha logrado mantener ese difícil equilibrio entre ética y estética y alejarse de la plomiza trascendencia sin rehuir los contratiempos. Así, el capítulo “Rehabilitación” cuenta un episodio dramático durante el cual la muerte le cortejó “como una vieja enamorada y sola”. Nada comparable al humor y la ironía para alejar los fantasmas del dolor y en Biología, Historia hay suficientes momentos de desenfado, del estilo de “Qué queréis que os diga, / fue un polvo memorable / a pesar de la arena y de aquel tipo / que miraba a lo lejos”. Y un ánimo vitalista de querer “celebrar la vida”. Celebremos la publicación de este excelente retrato intimista e incontestable sobre sueños vencidos y realidad.