Hospedado en el lenguaje
El piano del pirómano
Ángel Antonio Herrera
Calambur
70 páginas | 10 euros
La poesía está latente en todo, basta con que la mirada vea más allá de lo que la realidad nos ofrece y exista un estado intelectual y emocional capaz de bucear en el origen de cuanto existe, de buscar lo esencial y habitar lo permanente. Es también la poesía el pulso de lo invisible, y su concepción necesita del organismo vivo de la lengua. Todo esto lo conoce muy bien Ángel Antonio Herrera que, por su condición de periodista, cronista y columnista, aplica su bisturí para abrir en canal el corazón más visible y efímero de lo social. Y sabe al mismo tiempo pasar al otro lado para habitar lo que de eterno hay en la verdad humana y la belleza, hospedado en un lenguaje tan complejo y rico como el barroco, tan navegador por el subconsciente como el surrealismo y con tan potentes metáforas como las alumbradas por la alta temperatura de su imaginación. Así lo ha demostrado en los seis poemarios publicados hasta hora incluyendo el último, El piano del pirómano (Premio Internacional de Poesía Barcarola), publicado por Calambur, donde también hemos podido leer Donde las diablas bailan boleros y Los motivos del salvaje.
El piano del pirómano, poema en prosa dividido en veintinueve partes, expresa muy bien el carácter de partitura de una vida extrema que representa este libro. Vida en el límite que con todo su riesgo la poesía de Ángel Antonio Herrera no sólo refleja, sino que comete, pues hay en ella una constante acción interior no desvinculada del exterior, de los otros (…) “que no sólo daremos vino a la causa del solitario, sino compañía a los afectos de la fiera, y azúcares al corazón de cualquier desahuciado, y sutura de oasis a la deriva de los que miran el día y ven la misma nada de tardanza”. Se trata de una poesía en la que un yo militante, empeñado en horadar la existencia hasta su pulpa, habla en voz alta consigo mismo hasta crearnos a los lectores una biografía dentro de su voz. Y lo hace mediante una sucesión de imágenes sorprendentes, fúlgidas, fruto de una intuición desveladora de las pulsiones más íntimas del ser humano que, al concatenarse, cobran un sentido de totalidad donde la soledad, el daño, el miedo, el peligro, el placer, los cuerpos, la infancia, los recuerdos, la melancolía. Todo el entramado físico y anímico de la vida, son perforados por el lenguaje hasta revelarse desnudos tanto en la idea como en su emanación emocional. Pongo un ejemplo: “La oscuridad la conozco por dentro, cuando el daño decide sus manadas, y el miedo se gusta como un palacio desierto”.
El piano del pirómano está escrito desde la consumación y la quemadura, desde “el entendimiento de la vida como un desván salvaje”; y entre sus elementos basales se encuentran la noche con sus arritmias y veneno (“el corazón lo tengo de nocturna alcurnia”, dice el poeta); la alteración del concepto del tiempo, pues en lo no sucedido ya respira el pasado, y también su corporeización, hasta hacerse cráneo, por la ausencia medular del padre; la música y su capacidad de abrir el seno de la existencia para iluminarla sin intermediarios y las muchachas siempre en danza que sólo en su vuelo quedan, vampiras que en amor amanecen muerte. A lo que debo añadir en esta síntesis lectora de una poesía tan rica, su poder transustanciador de lo real y su métrica y sintaxis encarnadas, el entendimiento de la escritura como un acto de conciencia, con imaginación de imanes. Poesía para arrojarse a la plenitud de ser.