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Aprendiz
Antonio Luis Ginés
La Isla de Siltolá
64 páginas | 8 euros
El poeta cordobés Antonio Luis Ginés ha entendido la creación poética desde su primer libro, Cuando duermen los vecinos, publicado hace ya más de quince años, como una forma de inmersión en las zonas profundas del ser humano con la máxima desnudez y tensión psíquica, a través de una somatización de la realidad que no pierde en ese proceso de interiorización ninguno de sus rasgos. Un proceso realizado mediante un lenguaje grávido que alumbra espacios llenos de memoria donde todo, lo animado y lo inanimado, posee un voltaje emocional y reflexivo en perfecta hibridación, la misma que existe entre la mirada y lo contemplado hasta desvelarlo en su sentido último. Todo adquiere un pulso biográfico en esta poesía, hasta los fenómenos atmosféricos como el atardecer, la lluvia o una nube detenida, y en lo más cotidiano respira el enigma y lo arcano; sin que nos olvidemos del amor y su termita, así como de un elemento clave: la presencia de los ausentes.
Trasvase por tanto entre vida y poesía que desde su segundo libro, Rutas exteriores, pero sobre todo desde el poemario en prosa Picados suaves sobre el agua (Bartleby, 2009) y un estremecedor cuadernillo titulado Celador, ha ido configurando una voz poética singular, y tan verdadera que provoca arritmias en el lector. Voz que, creo, alcanza su mayor altitud en Aprendiz, treinta y siete poemas que pueden ser habitados, pues poseen un ámbito espacial y temporal en el que se mueven seres y sombras, donde laten los vínculos familiares, se siente el peso del tiempo, se toma la temperatura a la soledad, florece lo oculto, el recuerdo es un salto desde un objeto o paisaje que fluye dentro, y un relámpago la belleza. Se toca el núcleo del amor, cruzar un paisaje es cruzar el territorio de la intimidad, una obra de arte nos reúne con nuestros antepasados y la infancia regresa en estado de duermevela. Podríamos así continuar diseccionando Aprendiz que, como el título indica, alude al duro aprendizaje que nos espera en la vida, simbolizado en el poema del mismo nombre por alguien (el propio poeta) a quien están enseñando a nadar: “Luchaba por mantenerme a flote. / Ya no veía a los míos, me habían confiado / a un tipo al que nunca se le apagaba el cigarro, / al que nunca se le mojaba el sombrero de paja. / Entonces dije basta y el hombre / me dejó ir de vuelta hacia la orilla. / Tragué todo el agua del mundo, / extenuado, maldije a los míos, / preguntándome / si esa sería / la única manera de aprender / que me esperaba”.
El poemario está dividido en tres partes iluminadoras de su contenido: “Raíz”, “Aproximación” y “Peso específico”. “Raíz”, porque aparte de considerar a la familia como “su única religión”, lo que ya se afirma en el poema que abre el libro, y del entrañamiento, como ya apuntamos, en la figura del padre y de los antepasados, la memoria es una enredadera que lo atrapa en sus orígenes.
“Aproximación”, porque hay una mirada microscópica en esta poesía, escrita a ras de tierra pero siempre con vuelo íntimo. Y “Peso específico”, porque hay una fusión solar entre lo de adentro y lo de fuera y una búsqueda encarnada de lo esencial. Antonio Luis Ginés necesita de la realidad para, sin ningún artificio o abstracción, trascenderla y fecundarla con su propia vida e indagar sobre el misterio de la existencia. Aprendiz es un libro tan auténtico que el lector se siente creado dentro de su propia biografía.