La ascensión del trapecista
Juego y pesadilla en Pinito del Oro
Juan de Loxa
Lápices de Luna
96 páginas | 12 euros
El día en el que leí Juego y pesadilla en Pinito del Oro no lo olvidaré nunca. Fue la medianoche del 7 de noviembre de 2017. Juan de Loxa (el imprevisible, ingenioso, serio y tremendamente bromista poeta nacido en Loja, Granada, en 1944; el agitador, el rompedor y tantas otras aposiciones como se han usado para intentar sin éxito atraparlo en las leyes estrictas de las definiciones), ya seriamente enfermo, nos convocó ese día por la tarde a la presentación de un libro que era, como casi todos los suyos, una especie de conspiración lírica que concentraba temas y confundía los tiempos de composición pero no arbitrariamente sino con un propósito que el lector debía descubrir. Según el colofón, se había publicado casi un año antes, el 8 de enero de 2017, pero no se había distribuido ni mencionado en público hasta el verano en una entrevista en la que hacía además una confesión inquietante: “Estoy muy ocupado organizando el tiempo y diseñando, en lo que se puede, el destino”.
Por el contenido, era una suma intencionada de poemas más o menos nuevos. Unos inéditos, otros ya conocidos, otros sugeridos en revistas. Los había recién escritos pero también pertenecientes a épocas tan remotas, pero al mismo tiempo tan imprecisas, como “muy finales de los sesenta”. Además incluía ilustraciones “nuevas” y llenas de modernidad de José Aguilera, un inusitado y excelente pintor fallecido en 1998.
Todo libro de Juan de Loxa, en la medida en que no se puede circunscribir a un tiempo único sino a una misteriosa simultaneidad, es al mismo tiempo antiguo y reciente. O dicho de otro modo, pertenece al tiempo en que se lee y, por tanto es radicalmente actual. Pero volvamos a la tarde de aquella tarde de noviembre. Juan, elegantísimo (sombrero de color hueso, chaqueta rosa desvaído, bufanda blanca y camiseta) empezó su actuación moviendo la manos y la cabeza siguiendo la voz poderosa de Grace Jones. Dejó pasar unos segundos y enseguida empezó su recital de causticidades, su imprevisible juego de prestidigitador. El público aplaudió divertido, se entusiasmó con las ocurrencias y su ingenio inagotable, guardó silencio cuando Olalla Castro habló sobre el poder de la ironía citando a Nietzsche y Marx y, cuando terminó, atendió en la mesa la firma de ejemplares y acompañó a los más íntimos a brindar con cerveza.
Cuando regresé a casa y me encaré lleno de inquietud con el libro confirmé con estupor la sospecha: Juego y pesadilla… era la despedida de Juan, su forma de decir adiós sin incurrir en la vulgaridad del dramatismo pero sin escamotear su propósito. ¡Estaba lleno de alusiones a la aniquilación y repleto de despedidas! Primero estaban las citas (“muere fusilado por los soldados de Dios”, de Cocteau; “ven, ven, muerte, amor…”, de Aleixandre; “ando por la noche y toco / la muerte recién cuajada”, de Manuel Prados); luego las menciones a tantos amigos idos, y por fin los poemas llenos de ángeles que cruzan por el cielo (ascendentes y/o en caída), de alusiones a la incorporeidad (“cuando las alas descansaron / colgadas de la percha / quedó el hombre”), a la muerte propia contemplada desde afuera (“dicen que me encontraron / muerto al alba y tenía / una pluma violeta clavada en el corazón) o una vida extraterrena donde los cómplices se reúnen para seguir su juerga (“noche de estreno / en el Dios Cirkus: ¿para cuándo / yo mismo, en odisea espacial, me uniré / a la pandilla?”).
Cerré el libro emocionado y le mandé un mensaje al móvil que no respondió: “Hemos pasado una tarde inolvidable. Estoy leyendo el libro y noto entre las risas un fondo melancólico profundo”.
El azar, por su lado, siguió tejiendo su trama: Pinito del Oro había muerto el 25 de octubre; Juan de Loxa falleció en Madrid el 15 de diciembre. Iba a salir de su casa cuando se paró su corazón.