La canción del fugitivo
Si quisieras podrías levantarte y volar
José Carlos Rosales
Bartleby
74 páginas | 13 euros
En la poesía de José Carlos Rosales (Granada, 1952), este libro supone una propuesta muy sugestiva a partir de la alusión al mito de Ícaro del que parte. El conocido cuadro de Brueghel es el punto de arranque de un desarrollo textual que sugiere diversas lecturas sobre la pertinencia de la fábula a la hora de reflexionar sobre la conciencia individual del presente: “Nadie sabe siquiera que con él se hundió algo / que también era nuestro / algo que era de todos: / si se arruina algún sueño algo nuestro se arruina, / la quiebra de Babel, el fracaso de Ícaro, / inesperado chapoteo: / era Ícaro ahogándose mientras dices o piensas: / ¿qué hago aquí? ¿dónde estoy?”.
Sobre la base reflexiva de toda la poesía anterior de Rosales, el libro aporta novedades en su forma y en su técnica. Se trata de un solo poema narrativo dividido en 25 secciones con elementos de road movie y novela negra en las que el poeta granadino traza, sobre la línea argumental de una escapada en un viejo Simca Aronde a lo largo de un tórrido día de agosto, una dura figuración de la vida del hombre contemporáneo desposeído de ideales: la angustia del tiempo, la inanidad de las palabras, el peso de la soledad urbana, la culpa por las abdicaciones: “todo se ha vuelto mugre, y también tu podrías / convertirte en basura, te volverás basura / si llevas la contraria, por eso estás aquí / mirándote la cara en el espejo / ladeado, escuchando / una voz que dimite”. El juego de voces y el recurso a la digresión, la narración sincopada y la reiteración de la frase que da título al libro logran plasmar el desconcierto colectivo en medio de la historia contemporánea, un desasosiego y a la vez un hastío comunes: “quisieras disolverte, no estar, no ser, / y te miro pensando: / si quisiera podría levantarse y volar, / si pudiera volar, ¿a dónde iría?”.
“Nadie sabe / la razón del que huye”: en una serie de secuencias y escenarios cambiantes, un borroso personaje de rasgos kafkianos se desdobla en una segunda persona especular que propone al yo poético en su propio reflejo la indefensión, el vacío del lenguaje, la confusión que impone la vida contemporánea. La superposición de voces diferentes permite introducir lo íntimo en lo colectivo, objetivándolo. Automóviles, carreteras, estaciones de tren, policías, grúas, tiendas de gasolinera, periódicos, bares de carretera, dispensarios, teléfonos, timbres, emisoras de radio, etc., crean una atmósfera abigarrada y cambiante que instala desde el principio una tensión narrativa de thriller cinematográfico salpicado constantemente por sugerencias, sarcasmos y juegos verbales: “y caminas buscando / sin saber lo que buscas, / porque no buscas nada, nada puede encontrarse / pensando que no existe aquello que se busca, / sabiendo que no puedes / abandonar la búsqueda…”
Melancolía y decepción destila este texto en el que la emoción da vida a una efectiva reflexión sobre el vivir contemporáneo que solo se apunta a retazos y que desemboca en una constante expresión de impotencia ante la realidad, esa imposibilidad de levantar el vuelo, de actuar frente a las circunstancias más triviales. Y el poeta no saca conclusiones, porque esas se reservan al lector.