La conciencia iluminada
Duermevela
Eduardo García
Visor
66 páginas | 10 euros
Lo que Eduardo García le pide a la poesía es algo que dejó claro en varios pasajes de un ensayo espléndido titulado Una poética del límite (Pre-Textos, 2005). Por citar uno solo: “Un poema es un artefacto lingüístico cuya naturaleza consiste en dar vida a una escena de la imaginación dotada de una notable intensidad psicológica. Dispone de total libertad para relacionarse con la realidad de mil maneras. Pero lo determinante, lo que le hace ser o no un buen poema, es su don para crear un mundo ante los ojos del lector. Un mundo paralelo al de la vida; un mundo cuya existencia es un fin en sí misma”. No son palabras dichas porque sí: Eduardo García ha ido demostrando, en sus distintas entregas poéticas, que le importa mucho que sus textos creen mundos que, aunque conectados a la existencia mental, emocional y cotidiana de quien los ha producido, sean, además, autónomos y capaces de hacerle viajar a uno, cuando los lee, a lugares donde el escritor no ha estado. Los poemas no tienen por qué estar justificando una y otra vez, como ocurre con los frutos de cierta poesía anclada enfermizamente en las exterioridades del yo, las obsesiones de aquel que los ha dejado caer sobre el papel, sino que se ofrecen como vehículos para incursionar en universos distantes y para profundizar en preguntas y misterios que trascienden y se fugan de las cárceles de lo subjetivo.
Duermevela, XXXV Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, es todo esto y algo más: una reflexión sobre los estados fronterizos que se abren entre el sueño y la vigilia, esa duermevela del título o esas “cancelas del ensueño” que se abren en uno de los versos finales del libro, donde se asienta la poesía más viva y verdadera. Es en ese lugar o no-lugar donde la palabra puede enfrentarse en igualdad de condiciones con “una serpiente de cascabel” o arrostrar “las inclemencias del lenguaje” o boxear con posibilidades de éxito “en el cuadrilátero de la página”. Agonía, en el sentido unamuniano de lucha, que promete, como en muchos poemas del libro, ataúdes donde uno transporta en hombros su propio cadáver (el mismo cadáver al que en otro poema ve estertorar), bestias agazapadas, oscuridades, extraños que habitan la casa de uno, desconocidos, polizones, estrellas extinguidas, cuchillas de afeitar (que hacen sangre o están a punto de hacerlo en dos páginas de este libro), náufragos, relojes encasquillados y relojes desarmados, lobos aulladores o bombillas fundidas. En esa lucha feroz con la muerte y sus súbditos, sin embargo, el poeta y el lector cuentan con aliados poderosos: el erotismo insobornable de los cuerpos encendidos, el recuerdo de una madre ofreciendo a su hijo pan con chocolate, ese horizonte que es salvado de manera explícita en dos textos de los aquí incluidos, la materia despierta que nos redime de la materia ciega que aplasta las verdades del mundo, o el tiempo cuando es vivido desde alguno de sus márgenes, es decir, desde algún sitio donde no le aplasten a uno sus inmisericordes engranajes. Eduardo García no somete sus poemas a esta lid sin tener claro que la poesía debe ponerse siempre de parte del sí (véase ese poema mayor que es “Ronda del sí”) y de la alegría (el último poema se titula, precisamente, “Rescatar la alegría”).
En Duermevela Eduardo García ahonda en su poética del límite y de lo ilimitado, eso que no cabe en la bolsa de las palabras por mucho que empuje uno, y, al hacerlo, ilumina la conciencia, la del escritor y la del lector, y le da nuevos instrumentos para explorar más allá de sí misma.