La distancia infinita
Hotel origen
Javier Vela
XV Premio de Poesía Emilio Prados
Pre-Textos
108 páginas | 15 euros
Dentro de las más fértiles estribaciones de nuestra joven poesía la obra de Javier Vela viene perfilándose con nitidez a fuerza de rigor y coherencia. En apenas una década ha dado a luz nada menos que cinco poemarios, otros tantos jalones de una sola travesía por los diversos tonos de una sola voz. Comparte Vela con otros poetas de su generación el gusto por la condensación de la palabra. Aporta por su parte un acento más meditativo que sus contemporáneos, una franca intelectualización de la palabra. Podría decirse, salvadas todas las distancias cronológicas y a modo tan sólo de metáfora, que si otros jóvenes poetas parecen esbozar cierto aire de familia con el esencialismo imaginista de Mallarmé el poeta sería por el contrario descendiente por derecho propio de una línea poética que sintonizaría mejor con los siempre lúcidos Wallace Stevens o Paul Valéry.
Si en su anterior libro, Ofelia y otras lunas, el poeta se propuso con éxito el abordaje de un poema-río, en Hotel origen ha venido a emprender la aventura de un extenso libro orgánico. Ráfagas de sensibilidad y pensamiento, los poemas se suceden, en su concentrada brevedad, abordando desde los más diversos ángulos el renovado misterio existencial de una vivencia en marcha. Se nos revela así el poemario como el cuaderno de bitácora de una experiencia amorosa, entendida como un itinerario por los más diversos instantes anímicos. Se inicia la andadura in media res, con los cuerpos desnudos enlazados. Nada sabemos del encuentro, el mutuo deslumbramiento, los juegos de seducción. Pero a partir de ahí asistimos al despliegue de una temblorosa mirada atisbando los océanos y precipicios de la intimidad.
Adquiere en estos versos la pasión por la palabra un destacado protagonismo, en su decidida apuesta por ampliar una vez más las fronteras del lenguaje poético. En una línea heredera quizá de la lectura posmoderna que los novísimos hicieran del modernismo el poeta se arroja a la franca recuperación de un léxico convencionalmente poético, cuando no abiertamente arcaizante. Se cruzan así los tonos, con precisión milimétrica, salpicando un léxico llano, coloquial, con ráfagas de palabras cultas, de aquellas que el realismo en su día desdeñó: “en pos de”, “transida”, “mora”, “fosforece”… Resulta en especial sugerente, en esta exploración de las posibilidades del lenguaje, la práctica de una atrevida adjetivación: la “noche emputecida”, cierto “crujido arácnido”… En la misma línea de diálogo creativo con la apuesta novísima encontramos de pronto repentinas incursiones en una entonación declamatoria, destellos de solemnidad que se avienen con la atmósfera reflexiva, la artificiosidad de la dicción, así como frecuentes juegos intertextuales, ejercicios de reescritura-fusión de versos célebres que adquieren aquí un giro insospechado (“Vivir en lo que sobra, qué pereza”).
Pero más allá de su dimensión de lenguaje ensimismado Hotel origen nos invita a la contemplación del misterio del otro. Un sujeto encerrado en las lindes de su propia identidad contempla entre perplejo y fascinado a Amara, la mujer que ha incendiado su pasión. El amor se nos revela pues en tanto experiencia solipsista del autor, en las antípodas de la romántica fantasía de la fusión. Dos siempre son dos: cada cual un fervor, una mirada. En un tenso equilibrio entre su declarada voluntad de geometría y su franca inclinación a la apertura del sentido estos poemas nos invitan a asistir al misterio del otro, la distancia infinita del deseo.