La fuga, la expiación
Retirada
Pureza Canelo
Pre-Textos
62 páginas | 15 euros
“Atardecer, dime que alguien piensa en mí, y no mientas”, escribe Pureza Canelo en Retirada, libro de poemas en prosa cuya consigna es “de la vida a la palabra, de la palabra a la vida”. Lo ha sido a lo largo de toda la escritura de esta poeta cacereña que irrumpió en el horizonte literario con la obtención del Adonais en 1970, galardón muy codiciado entonces pues no en vano tenía en su nómina a José Hierro, Ricardo Molina, Claudio Rodríguez, Valente, Brines… Aquel libro, titulado Lugar común, fue una sorpresa y agitó las aguas poéticas del momento (como ocurriría años después con otro premio Adonais, el de Blanca Andreu y su De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall), y del final de aquel poemario, de aquella trenza de niña que se hace mayor, parece nacer este nuevo. Tiene Retirada, en ciertos momentos, la frescura que en su decir mostraban los versos iniciales de Pureza Canelo, y aquel mundo de fondo, sin embargo no en vano nacieron en estos años las poéticas de Habitable o Tendido verso y libros como Pasión inédita, A todo lo no amado y, entre otros, Oeste, de forma que todos ellos entreveran este último, todos dejaron su poso y han sido tamiz para llegar a la actual palabra en equilibrio de reflexión y emoción.
Tiene Pureza Canelo un decir propio, voz poética reconocible, sin reflejos en voces actuales, aunque revela el gran espejo envidiado en el que se mira: Juan Ramón Jiménez. Limada y depurada por un heraclitiano fluir del verso, aquella escritura primera de caudal desbordado encontró esclusa y su Barco de agua ha atracado en orillas líricas de un rigor no frecuente en la torrentera con algas invasoras e invasivas que, desde las librerías, guiñan hoy el ojo maquillado y fácil. A veces, un trallazo, un relámpago, una lluvia inesperada, restalla, deslumbra, empapa la escritura extrema de esta extremeña, autoexigente a un nivel que convoca al silencio. De nuevo Retirada resulta otra forma tangencial de poética, la escritura en sí es, para la autora, la materia básica, la masa madre para alzar el edificio de su verbo, casa que busca ser de tierra, sin remaches astutos ni clavos brillantes que sustentan llamativamente la palabra pero que, descubierto el oficio, acaban tomados por el óxido. Quien escribe: “Tantas veces se ha dicho la poesía es misterio”, asume el riesgo de amasar el poema de la cotidianidad (la petición, por ejemplo, de formar parte de un jurado) con levadura onírica. Sí, poética, pero también diario, constancia del devenir en la existencia, revisión de logros y fracasos y ajustes profundos con ellos, mirada, si analítica no menos alquímica (pues son pupilas de poeta), a los comportamientos humanos, con el propio ser en lugar primero y sometido a juicio más estricto que piadoso. ¿Desilusión?, ¿desencanto final?, queda y permanece siempre, obsesiva, la creación, esa meta que más lejos se desplaza cuanto más retórica se gasta en alcanzarla: para acercarse a la Poesía —parece decirnos— no efímeros zapatos de moda, pies descalzos y tocando la tierra.
Este es un libro de expiación, de renuncias, de adioses, de fuga interna, en el que la soledad del revelador “Dulce nadie” es ya hermosa y la confesión no precisa de intermediarios ni bendiciones de la tribu literaria. Este es un libro de intemperie, lejos ya aquel hogar familiar con paredes tomadas por la yedra y presencia materna. Pero afortunadamente Retirada es también una humilde forma de plantar cara, un orgulloso fondo de resistencia.