La pieza que falta
Divinas comedias
James Merrill
Edición bilingüe de Jeannette L. Clariond y Andrés Catalán
Vaso Roto
122 páginas | 16 euros
James Merrill, que añadió a estos ingredientes un profundo interés por los distintos esoterismos, desde el ocultista de Blavatsky hasta el arquetípico de Jung, es quizás el más atormentado de todos ellos. Atormentado por sus demonios interiores, a los que convoca en unas interminables sesiones de güija que se describen en muchos de sus poemas, y atormentado por la necesidad de encontrar su verdadero lugar en el rompecabezas del universo. Es justo esto lo que se describe en el segundo poema de Divinas comedias, “Perdido en la traducción”, donde, junto a Mademoiselle, su institutriz-médium y su Virgilio en sus merodeos por los círculos ultramundanos a los que se refiere el título del libro, se recuerda de niño haciendo un puzzle de mil piezas de madera de sándalo hechas a mano. Un puzzle imposible de completar porque una de esas piezas acaba en el bolsillo del niño, es decir, porque siempre, en la vida de todos los seres, hay una pieza ausente que impide que el cielo o la montaña o la casa se cierren sobre sí mismos. Esa pieza es lo que se pierde en la traducción, que es el acto esencial de transportar (metaforizar) una cosa en otra cosa y de hacerlas mutuamente inteligibles. En “Cataratas de McKane”, otro de los poemas incluidos aquí, esa pieza la representan los buscadores de oro, ávidos representantes de un mundo sucio, y la limpidez cristalina a la que invita la cascada; en “Campanadas para Yahya” son los miembros de una remota región iraní cuyas costumbres chocantes tienen mucho que enseñar a alguien que reniega de las suyas propias; en “Versos para Urania” es esta niña apadrinada por un escritor que, siguiendo a Platón, cada vez está más convencido de que la escritura debilita la memoria y, por lo tanto, la conexión con la verdad.
Un gran libro de un gran poeta, traducido e interpretado magistralmente, repleto de voces que se preguntan las unas a las otras por esas piezas que cada una necesita para completar su rompecabezas, para ser del todo lo que es. Y que saben que lo mejor, quizás, sea no encontrarla porque entonces por ese hueco, por ese vacío abierto en el dibujo, podrán escaparse y ponerse a salvo del final, de cualquier final.