La sed de las palabras
Canción del distraído
Vicente Valero
Vaso Roto
160 páginas / 14 euros
Las hojas de la higuera son palabras”. Eso dice Vicente Valero (Ibiza, 1963) en este libro. También habla del bosque secreto de las palabras (y de las palabras del bosque), de las palabras del río (y de las palabras mojadas), del páramo de las palabras o de las palabras que exudan resinas. Y de que las palabras pueden ser oscuras, rojas, rotas, silenciosas, salitrosas, antiguas (y viejas, envej[ecidas…), no definitivas u olvidadas (y entonces hay que rezar por ellas). Todas esas palabras es probable que estén contenidas en “la palabra sí” que estalla de pronto en ese poema mayor titulado “La subida”. Palabras que tienen sed, mucha sed, a lo largo de las páginas de este poemario (también rebosante de sal, de heridas y de soles implacables) y que, por eso, se arrastran por él pensando sólo en cómo y dónde aplacarla. Un pensamiento, entonces, enfocado en la sed de las palabras y desenfocado, distraído, de todo lo demás: en esto se cifra la verdadera tarea de la poesía, que camina en zigzag y sin mapas por los senderos del mundo en busca de manantiales cegados (y negados), secretos, desdeñados o imposibles. Un pensamiento opuesto al estruendoso disparo de un cazador (hay al menos dos cazadores sueltos en este libro) y cercano, sin embargo, a las revelaciones, las iniciaciones espirituales, los asombros, los oráculos, las calcinaciones e incluso los fantasmas de los místicos o los románticos. Uno, asomándose por entre estos versos, lee o intuye los nombres de Keats, Hölderlin, Zambrano, Homero, Shelley, Benjamin (una de las especialidades de Valero), Jabès o Rimbaud entre otros.
Las palabras con sed no pueden quedarse quietas. Si lo hicieran, perecerían. Han de salir fuera, interrogar al afuera, para encontrar una fuente de la que beber. Es por eso que en todos los libros de Vicente Valero se anda mucho, sobre todo por bosques y por algunas playas y por esa raya del horizonte donde él no para de ver náufragos que le reclaman auxilio con su propia voz. Se anda mucho, despacio (la combinación de poemas en verso y poemas en prosa dibuja cuestas, algunas muy empinadas, que obligan a regular el paso y la respiración) y fijándose en los pequeños protagonistas (el musgo, unas redes extendidas al sol, el excremento de las gaviotas, unas ciruelas podridas en un bancal, el humo negro de una embarcación, un noray, un ciervo, un puñado de cenizas) que hablan sin hablar de los grandes misterios (el tiempo, el deseo, el ser, el yo) y cuya huella uno ha de aprender a interpretar para seguir vivo en lo vivo.
Vicente Valero ha construido este libro con materiales de otros suyos anteriores y con algunos inéditos. Y, sin embargo, no me atrevería a decir que es una antología. No lo es porque uno, por muy asiduo que haya sido a la obra del autor, tiene la sensación, a causa del nuevo orden y de las resonancias que éste despierta en quien avanza por los textos incluidos aquí, de estar transitando por un paisaje distinto, por una nueva claridad. Fruto de alguien que rezuma sabiduría en estado puro porque escribe no para ser escritor sino impelido por la acuciante necesidad de aplacar la sed de las palabras y, una vez conseguido eso, volver a celebrar la alegría, el sí y las otras verdades originarias de la existencia. Poesía del inadvertido (y de la inadvertencia) y del distraído (y de la distracción como guía esencial), dos de las más reivindicables y necesarias figuras de la conciencia en tiempos de miseria para la poesía y para todo lo demás.