La vida del poeta
Bloc de otoño
Luis Alberto de Cuenca
Visor
172 páginas | 20 euros
En la Nota del autor el poeta informa de la ordenación cronológica de los 123 poemas de este Bloc de otoño en cinco partes que corresponden a cada uno de los años de su composición (2013-2017), “en la creencia de que es el curso de la vida lo que constituye el único argumento de un libro de poemas”. El ya desusado término de “bloc” responde, así, a una apariencia de dietario poético al hilo de los estímulos varios que mueven la escritura de un personaje otoñal sometido a la erosión de tiempo terco, algo ya perceptible en El reino blanco (2010) y en Cuaderno de vacaciones (2014).
Como en estos, en la acumulación reside la abierta invitación a la diversidad de los mundos y los días del poeta, con todos los tonos y motivos que resultan familiares a sus lectores: sueños, variaciones, homenajes, mujeres, amigos, literatura, cine, etc. El coloquialismo y el humor de muchos momentos no rebajan la hondura y gravedad de los mejores poemas. Un erotismo en claroscuro recorre las páginas del libro, entreverado de apariciones fantásticas (“La visita, II”), de chicas, de mujeres fatales de película, de nostálgicas evocaciones (“Sueño de Jorge Juan”). El amor que pervive más allá de la muerte (“Perfume permanente”, “Variación sobre un tema de Simónides”) y el amor en presente que contrapesa en parte la creciente carga de desengaño: “Sólo quiero / tener entre mis brazos a mi amada / y acariciar sus muslos muy despacio, /rozándolos apenas, y enlazar / mi cuerpo con el suyo” (“Variación sobre un tema de Arquíloco”).
Un puñado de variaciones sobre distintos autores, clásicos en su mayoría, superpone a la glosa, al homenaje o a la cita el orgullo de lo leído, y propicia la expresión propia de las reflexiones esenciales sobre el amor, el tiempo y la muerte, y también la poética, como en “Elogio de Luciano de Samósata” o en “Sobre un poema de Atukuri Molla”: “Lo mismo que la miel, nada más degustarla, / nos endulza la boca, los poemas se escriben / para que, de primeras, se entiendan. Deben ser / claros. Si no lo son, serán como el discurso, / que un mudo endilga a un sordo”. Desde la crítica del presente, con Catulo (“No quiero seguir vivo en este mundo, / donde no hay más que idiotas y tarados / que han prohibido los mitos y los héroes”), a la reflexión sobre la temporalidad, el deterioro y la muerte, con el Fausto, con Alcmán y con Mimnermo: “Esos cuerpos triunfantes, esas miradas limpias / e ingenuas, esos pechos erguidos, esos muslos / compactos continúan tentando nuestra carne / fofa, inútil, añosa. Siguen soliviantándonos / como antes. Pero antes no éramos invisibles / para ellos, y ahora somos apenas sombras / que les salen al paso, regiones devastadas / por la edad, repulsivas reliquias de otro tiempo”.
Frente al desengaño del presente, la imaginación, la incorrección política (“Cruel Naturaleza”), la risa: “Los grandes / escritores nos hacen reír de esa manera, / sin contención alguna, de forma estrepitosa, / y eso es algo genial en este siglo nuestro / tan cursi, tan políticamente correcto, tan / buenista, tan bobo, tan inculto y tan zafio” (“Elogio de Michel Houellebecq”). Y el consuelo superior del arte: “…No de la realidad, sino del arte, / que es mucho más real. Porque esta geórgica / no es más que un homenaje a la ficción / de lo que crea el hombre, / no a ese juego / cruel a que nos tiene acostumbrados / la vil Naturaleza que nos mata” (“Geórgica”). Puro Luis Alberto de Cuenca.