Las caras de la vida
Caras B
Álvaro Salvador
Fundación Huerta de San Antonio
112 páginas | 12 euros
El poeta granadino Álvaro Salvador se ha mantenido siempre fiel a “la otra sentimentalidad”, corriente poética fecundada por el pensamiento y el compromiso transformador de la realidad social del catedrático de Literatura en la Universidad de Granada y escritor Juan Carlos Rodríguez, fallecido hace algo más de dos años, de la que, con su propia personalidad creadora, forman parte también el asimismo desaparecido Javier Egea, Luis García Montero, Ángeles Mora, Inmaculada Mengíbar y Teresa Gómez. Una fidelidad que no ha supuesto ninguna limitación, desde el terreno ideológico, a la hora de concebir el poema sin adulterar la naturaleza de su lenguaje, ni su capacidad para pasar al otro lado de la realidad sin dejar de estar dentro de ella ni de nunca ser neutral en la visión del mundo. Algo que adquiere su confirmación en la antología de autor publicada dentro de la colección Juancaballos de poesía de la Fundación Huerta de San Antonio que, bajo el título de Caras B, basado, según explica en el prólogo el profesor Miguel Ángel García, en un “juego conceptual con la música, en concreto el pop o el rock and roll”, sin olvidar el tango y el bolero, cuyas letras en algún momento escribió Álvaro Salvador. Música a la que en su día también se refirió Ángel González como “la presentación pautada, iterativa, rítmica de ciertas preocupaciones obsesivas, todas ellas girando alrededor del gran tema de su obra que es la vida”.
Caras B es una antología en la que los poemas han sido seleccionados obedeciendo al criterio de que no han formado parte de su Cara A, en la que figuran los habitualmente antologados o puestos como ejemplo, lo que no significa que tengan menor calidad. Sus libros principales, más algunos poemas inéditos, están representados en esta obra donde la música, claro, está presente, pero como una interiorización de la existencia. Desde Las cortezas del fruto hasta Diario de Firenze, pasando por El agua de noviembre, La condición del personaje, La canción del outsider y Fumando con mis muertos, se establece una sintonía con el lector en la que se funden lo íntimo y lo colectivo; hay una sedimentación de los sucesos históricos; el yo está trasminado por los otros; los ausentes nos siguen llamando con su voz transparente; el espacio urbano cataliza realidad y sueño dentro de la misma temperatura, espacio que tiene conciencia; el amor trastorna el tiempo haciendo de él un presente absoluto, y la muerte con su verdad reescribe nuestra vida.
En Caras B nada tiene la categoría de anecdótico, todo es sustancial. Así se habla del cambio climático a través de un joven que practica el botellón con una botella de plástico, contraponiendo espacios y tiempos primordiales al tiempo y al espacio marcado por la bebida y la pasión despertada por la chica que “sueña paraísos junto a él, y junto a él se embriaga con el mismo veneno”. Contraposición que nos revela en toda su desnudez los efectos de la alteración climática. Y se denuncian el maltrato, la tortura, el asesinato y las guerras, mediante una letanía que es una permanente interrogación sobre el comportamiento de las madres de los protagonistas de tanta maldad. Y es en su pulso, el de las madres, donde se desvela en su raíz el mal. Son dos ejemplos de una poesía que, desde lo ideológico y la rebeldía, busca el latido esencial del transcurrir humano. Una poesía enhebrada a la música, cuyo sonido son los pasos del tiempo y un correlato de las señales con que se anuncia el amor.
Caras B es mucho más que lo sabido por los melómanos, son las caras de la vida que trasparece en su totalidad, en la que cada ser humano apenas es un latido. Vida desde su experiencia nombrada mediante un lenguaje transparente, narrativo, empañado por la reflexión. Poesía verdadera.