Las cicatrices del poeta
Fumando con mis muertos
Álvaro Salvador
Vandalia
96 páginas | 11,90 euros
Seis años después de La canción del outsider (Premio Generación del 27 2008), Fumando con mis muertos anuncia desde su título una intensa meditación sobre el presente de un sujeto poético que, al tiempo que implica sustancialmente el análisis crítico de la realidad colectiva y el homenaje a la poesía y a los poetas, desarrolla una compleja indagación en su memoria afectiva. Como en algunos poemas de La canción del outsider, particularmente el memorable “Estación de servicio”, la evocación emocionada de ciertas figuras familiares viene a recuperar retazos de lo vivido que arrastran consigo estampas de un tiempo que da sentido a la conciencia personal de su presente.
Libro de múltiples matices, sus cinco secciones proponen la fusión de lo privado y lo colectivo que caracteriza la poesía de Álvaro Salvador. Desde los primeros poemas de “La canción de la tierra” asistimos a una forma de ecologismo solidario que denuncia con sarcasmo y guiños literarios la insensibilidad ante la degradación de la naturaleza y a la vez sitúa generacionalmente el despertar de una conciencia comprometida con la realidad, cuyo balance en el presente deja al descubierto las fisuras de la ideología, la palabrería de las deserciones irredimibles, el desengaño de las ilusiones compartidas.
Siete “Fragmentos de Nueva York” trazan un recorrido a la vez sentimental y crítico por los espacios discordantes de la ciudad, y rinden homenaje a los poetas que “(…) triunfaron, se divirtieron, desesperaron/ fracasaron, murieron (…) en la ciudad de la esperanza y el miedo”, y en “Contra usura”, dedicado a Ezra Pound, denuncia las hipocresías del capitalismo que sirve de fondo a este recorrido erótico y social por Manhattan.
A partir de la sección central, “Remordimiento”, se incrementa una meditación intimista en la que el poeta sustituye el desgaire de otros momentos por la expresión emotiva en la que el onirismo visionario aporta un aura de misterio a la sobria conversación con sus difuntos —en los espléndidos “Fumando con mis muertos” y “Ocho de marzo”—, a la estremecida evocación de una Granada fantasmal (“Ciudad negra”) y a la “Elegía 2014”, con oportuno fondo de la Sinfonía “Resurrección” de Mahler, dedicada a Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Félix Grande, Ana María Moix y Leopoldo Mª. Panero, muertos en ese año.
En las secciones finales, “Una mujer espera en el andén” y “Libro de las artimañas”, entre el humor sarcástico y vislumbres oníricos, diversas figuras de mujeres —destaca la cantata a dos voces “Una mujer espera en el andén”—, asistimos a la sugestiva representación de una conciencia moral abrumada por la edad —pero muy atenta a la belleza física y al erotismo— de la que el poeta extrae una irónica constatación del deterioro, como en la “Canción de la desmemoria”, con su quiebro final sobre el amor, el tema que equilibra buena parte del libro: “¿Dónde escondí tu amor?/ ¿Dónde lo guardo?”. Como epílogo, el poema “Jubileo”, variación sobre “De vita beata”, de Gil de Biedma, proyecta hacia la agridulce serenidad de un envejecer asumido, todos los desengaños, las diatribas, los sueños inquietantes que componen uno de los libros más provocadores y emocionantes de Álvaro Salvador.