Luces sin cielo
Game over
Diego Vaya
Renacimiento
52 páginas | 10 euros
Cuántas veces los días pasaron sin más nombre / que el de un programa de televisión”, escribe Diego Vaya (Sevilla, 1980) en el poema que abre Game over, su último libro de poesía (anteriores son Las sombras del agua, Circuito cerrado…, también ha publicado novelas, la más reciente: Medea en los infiernos). Constituye este primer poema una especie de atrio formado exclusivamente por esa composición, titulada “El sueño de otra vida”, umbral que da pie al cuerpo del volumen, “El problema de la vivienda”, integrado éste por diez odas cuyos enunciados, “al desahucio, a la sobremesa, a las bolsas de la compra, a las ojeras…”, ya nos indican firme y claramente las preocupaciones que habitan sus versos. Y los elegidos y entrecomillados al comienzo de estas líneas muestran al lector, desde el principio, el estilo: verso directo, franco, despojado de volutas, limpio de arabescos. Un decir que, en el anochecer de invierno, es el desahogo de una apesadumbrada confesión y, como la misma desesperanza que lo enciende, va en vuelo rasante —pegado al suelo, apegado a la realidad— hacia el dolor cotidiano. Se acopla así el lenguaje a los temas que signa con desnudez de melancólico estriptis urbano publicitado por luces de neón.
Y la luz, las luces, parpadean constantemente en Game over como las de los anuncios. Pero aquí, visto el anuncio desde el armazón, por detrás. Y si brillan sus engañosas bombillas es para indicar la carencia de horizonte, de ilusión, de sorpresa, la falta de propósitos y sueños. El paso de las horas, de los días, es tristemente recordado en el reflejo de un existir copiado falsamente por pantallas que nos multiplican como un laberinto de trizados espejos. Y el espejismo se conoce, se es dolorosamente consciente de él. Ahora es la vida la que puede grabarnos, como telerrealidad, una realidad paralela que, no obstante, no conseguirá maquillar la desesperanza ni perfumar el desengaño. Sí, la luz salpica los poemas en presencia continua, mas se trata de luz eléctrica, halógena, de faros de coche, incluso de quirófanos. Porque no es mística la luz sino la de la factura que hay que pagar a final de mes. Y desde la contemporaneidad, la cotidianidad, la diaria rutina, Diego Vaya guiña a los clásicos, a Shakespeare, a Manrique con las citadas facturas que vienen “tan callando al final de cada mes”; a San Juan de la Cruz: “Sales sin ser notada con prisas torpe a tientas, / estando tú en la casa / hipotecada”.
En algunos momentos la lectura de Game over me ha llevado a recordar un libro injustamente hoy bastante olvidado, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, publicado en 1944. Su descarnado arranque: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”, flota en el vacío existencial de algunas de estas páginas y muy especialmente el impresionante poema de Dámaso titulado “Mujer con alcuza” (“¿Adónde va esa mujer / arrastrándose por la acera / ahora que ya es casi de noche / con la alcuza en la mano?”) ha estado presente mientras leía “Oda a las bolsas de la compra” (“Regresas ahora del mercado / regresas ahora a casa, / regresas con las bolsas de la compra / —cuántas en cada mano— / como si fuesen años que tirasen de ti”).
El poeta dirige su linterna —por no abandonar la simbólica luz— a la soledad, al desamparo, a las heridas, al extrañamiento ante un mundo reglado y mecánico, insolidario y empobrecido en donde lo subliminal no es ya un embozado mensaje sino la vida misma que va en serio, y cuyo final no es ningún juego.