Música sorda
Naturaleza muerta con moscas
Eduardo Chirinos
Pre-Textos
112 páginas | 16 euros
Pocos meses después de su muerte aparece este libro póstumo de Eduardo Chirinos que, sin embargo, no es su último libro, aunque quizá sí uno de los mejores. El 4 de abril de 2014, el día de su 54 cumpleaños, Eduardo nos regaló a Pepa Merlo y a mí una primera versión mecanografiada del libro y en los dos años siguientes, publicó varios más y perfeccionó este que nos ocupa. Los cambios no son muchos, la mayoría de orden —Chirinos fue un poeta al que le preocupó mucho la estructura de sus libros—, aunque también suprimió un par de poemas de esa primera redacción e incluyó cinco nuevos en la definitiva. El resultado es un poemario dividido en cuatro partes de 16 poemas cada una y una coda final de un poema que da título al libro. Las cuatros partes se titulan: “Escalera alfombrada por el musgo”, “Debajo de la mesa corre un río”, “Por culpa suya tengo insomnio” y “Sílabas pálidas y locas”.
La voz poética de Chirinos es una de las más brillantes de América Latina. Después de publicar en 2014 Medicinas para quebrantamiento del halcón, que incluía un estremecedor poema sobre el tren y la enfermedad (y que no ganó nunca en Premio del Tren), era muy difícil publicar después otro libro que estuviese a la altura. Pero Eduardo Chirinos era una de esas pocas personas que viven casi exclusivamente para la poesía y en los últimos años de su vida intensificó su condición de nefelibata. También era un poeta inteligente y muy culto, con un enorme sentido del humor, así que decidió que, en la medida de lo posible, iba a seguir escribiendo y viviendo como si tal cosa. De eso nos hablan los poemas de las dos primeras partes del libro: de sus temas tradicionales y de la manera de abordarlos. Es cierto que en los últimos libros, Chirinos se ciñó casi exclusivamente a un tipo de verso alejandrino, muy narrativo y lleno de encabalgamientos, salpimentado de lenguaje coloquial y cierres irónicos, pero eso no le hizo olvidar sus coqueteos continuos con el lenguaje, sus juegos de imágenes y sus amables paradojas. Así se suceden los “poemas con límite de tiempo”, las cartas al padre, los homenajes a los maestros desaparecidos: Mutis, Gelman, Pacheco, etc., o la extraordinaria y tierna blasfemia de “Sueño con piscinas”: “Anoche vi a Cristo en una piscina pública/ Nadaba largo tras largo en varios estilos/ y nunca se cansaba…” En la segunda parte, la tónica general sigue siendo la misma, como en los estupendos poemas “Breve historia de la poesía” o “Fiesta en el jardín del logos”, que no es otra cosa que un autorretrato espiritual del propio poeta, o la poética de “Bailando con Abisinias”. No obstante, en algunos poemas comienza a advertirse la gravedad que ya leímos en Medicinas… como en el dedicado a Max Jacob: “Algo horriblemente frío cae sobre esta página”, que se intensifica en “Breve tratado de etimología”: “¿Qué es el poema sino el retorno de un dolor?”, para culminar con “El sabor de lo perdido”: “Todo río desemboca en algún mar y a ti/ te tocó el miedo…”
En las dos últimas secciones y en medio de homenajes a las personas y los mitos queridos, al bestiario tan próximo siempre al autor, y de ejercicios de extraordinario lirismo, la sombra se abre paso y se intensifica. “Aprender a caer en la caída. No antes/ ni después. No hablo de improvisar,/ hablo de caer con método…/ y respirar los tres/ segundos que concede el aire…”, dice el poeta antes de que llegue la noche. Un poeta, lector de Borges, lector de Darío, lector de Vallejo, que en el magnífico poema-coda final da fe de su discreción, de su modestia, confesando su impotencia, su fracaso, ante el misterio, ante la poesía, ante la muerte: “Cierro entonces el libro/ apago la lámpara y digo para mí: algún día/ escribiré Naturaleza muerta con moscas”. De ahí su grandeza.