Palabra en desvelo de amor
La espalda de la violinista
Teresa Gómez
Vandalia. Fundación José Manuel Lara
106 páginas | 11,90 euros
Perteneciente al grupo de poetas que en Granada a principios de los ochenta concibieron lo que se denominó “la otra sentimentalidad” (entre cuyos nombres tres son fundamentales, Álvaro Salvador, Luis García Montero y Javier Egea; a los que hay que sumar la iluminación ideológica del profesor Juan Carlos Rodríguez, recientemente fallecido), Teresa Gómez, junto a Inmaculada Mengíbar y Ángeles Mora, fue una de las voces femeninas participantes en esa aventura literaria y humana que propugnó un nuevo entendimiento de la subjetividad, y que intentó hacer de la poesía un instrumento de transformación moral. Nacida en Puebla de Don Fadrique, Granada, en 1960, de su obra solo conocíamos poemas publicados en algunas revistas literarias y plaquettes, su presencia en la antología La otra sentimentalidad, preparada por Francisco J. Díaz de Castro y publicada por la Fundación José Manuel Lara, y la trasmisión oral de un poemario, Plaza de abastos, que todavía no ha encontrado su albergue en un libro. Entretanto eso sucede los lectores tenemos la fortuna de que la misma Fundación, en su colección Vandalia, la haya rescatado para que ocupe el lugar que merece en la poesía española contemporánea, mediante la edición de La espalda de la violinista, prologada por su antigua compañera y amiga Ángeles Mora, Premio Nacional de Poesía. Para Ángeles Mora la poesía de Teresa “está atravesada por esas tres heridas de que hablaba Miguel Hernández: la de la vida, la del amor, la de la muerte”. Cada una de las palabras de este libro, pienso, está desvelada de amor. Palabras con la dimensión de un cuerpo, del deseo; palabras tacto, encarnación de estados del espíritu, portadoras de ternura, capaces de inaugurar la existencia , voz del amor “para cruzar el puente inexpugnable de la vida”.
La espalda de la violinista empezó a engendrarse en el auditorio Manuel de Falla de Granada mientras la poeta veía cómo la espalda de la violinista Viktoria Mullova se movía mientras interpretaba, como si fuera su respiración, el concierto para violín de Beethoven. Unas olas carnales que con la naturalidad del latido transmitían toda la temperatura emocional del concierto, sin que se notara la técnica subyacente. Algo asumido como propio en la creación poética de Teresa Gómez, predicable por tanto de este poemario en el que el tratamiento del lenguaje aúna la transparencia con el pulso más hondo, y se busca también la música de la palabra: de ahí que los treinta y dos poemas que lo forman resuenen dentro de nosotros como una sinfonía dividida en sus diversos movimientos. Una sinfonía en la que conviven de un modo casi febril sentimiento y reflexión, y todo está modulado por la fuerza del amor como destino, por la presencia actuante de lo ausente, de lo que no llega pero que en su espera ya es poseído. Los elementos de la Naturaleza, especialmente los relacionados con el mar, prestan latitud y profundidad a miradas, palabras, silencios y sentidos corporales, y son interlocutores en la ausencia del amado: “Tus labios no me tocan y la humedad me hiere. /Como un barco pirata me aborda y me destruye”. El carácter nómada del amor, que en su misma consumación se fuga, la porosidad de lo real para que a su través se filtren los sueños, la pulsación nocturna hasta el anochecimiento interior de la falta de respuestas, la energía fundadora de la piel, la soledad como desembocadura, la interrelación entre el espacio exterior y lo anímico y la fuerza de los símbolos y de las imágenes, hacen que no podamos leer La espalda de la violinista sin experimentar esa sacudida vital que acompaña a la verdadera poesía.