Palabras con gabardina
No eres nadie hasta que te disparan
Rafael Soler
Vitrubio
112 páginas | 10,98 euros
Durante veinticinco años, Rafael Soler ha sido un escritor secreto. No lo era para quienes le conocieron en los ochenta, cuando ganó un accésit del Premio Adonáis con Los sitios interiores y publicó las novelas El grito y El corazón del lobo. Sin embargo, para quienes fuimos apareciendo unos años más tarde y quisimos asomarnos a los nombresde la poesía y la narrativa de aquella época, Rafael Soler ya se había convertido en un rostro nebuloso, una especie de figura asociada al misterio, aunque sin la impostura del recurrente artificio de leyenda. Sencillamente, se había ido: se escuchaba el nombre de Rafael Soler como si se hubiera desvanecido, como si los renglones más prometedores sobre su literatura se hubieran esfumado antes de haberse escrito, a pesar de las buenas críticas que recibió. A El corazón del lobo siguieron las novelas El sueño de Torba y Barranco, publicada en 1985 en la colección contemporánea de Cátedra. Y después, un largo silencio. Un silencio que se prolongó hasta 2009, cuando Rafael Soler reapareció.
Pero no regresó como narrador, sino como poeta, con un libro que se tituló Maneras de volver (2009) y editó Vitrubio, como los tres siguientes: Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014, Premio de la Crítica Valenciana) y el presente No eres nadie hasta que te disparan. Así, el que había vuelto era el poeta Rafael Soler, pero claro: tras una desaparición literaria de veinticinco años, regresaba cargado de equipaje, con esa lejanía convertida en una munición que estalló plenamente en esa primera entrega, en esas Maneras de volver que ofrecían una poesía vivencial, con un ritmo verbal, trepidante y sonoro en las composiciones que daba paso a una hondura reflexiva en los detalles, con el sutil sentido del humor vuelto un brillo pulcro sobre la oscuridad.
Podríamos hablar, entonces, de una trilogía del regreso: la formada por Maneras de volver, Las cartas que debía y Ácido almíbar. No eres nadie hasta que te disparan, desde su concepción a su estructura, de su pulso limítrofe entre géneros hasta su interioridad lírica, a pesar de los puntos de encuentro con lo anterior, realmente es otro asunto. Articulado en seis partes —Cuaderno de Elvira, Cuaderno de Martín, Cuaderno de Abel, De cuanto pudo acontecer y no sucede, El cine, en el cine y Epílogo, y no—, con un vago telón de fondo cinematográfico negro, de largos cigarrillos y medias entrevistas sobre tacones altos, asistimos a una apariencia de narración, con el desarrollo novelesco de unos personajes que se van encontrando en el escenario del poema, que acaba siendo el crimen como otra perfecta obra de arte. Quiénes somos y quiénes hemos podido ser, víctimas o verdugos, cadáveres o cuerpos ante una nueva luz, y qué espacio gravita en el presente, qué nos sobrevive, con qué respiración. De todo esto habla No eres nadie hasta que te disparan: una propuesta estructural ambiciosa y compleja, para un decir poético que es dueño de un registro propio, de tono inconfundible. Porque aunque este libro pueda leerse como una película de género, con unos Alan Ladd y Veronica Lake algo de andar por casa, con sus sombras y sus gabardinas de palabras al hombro, estamos ante una poesía que convierte su ritmo en una identidad: hecha para ser dicha y también para ser paladeada, en el hallazgo de una sorprendente realidad. Rafael Soler se evade de las escuelas poéticas recientes, quizá porque en su exilio, y en su distanciamiento, supo encontrar la voz que daba marco a su vida.