Pensar y sentir sin piedras
Cielo
Javier Lostalé
Fundación José Manuel Lara
Vandalia
89 páginas | 11,90 euros
No la posesión sino la desposesión. No el nombrar sino el desnombrar. No el nacimiento sino el desnacimiento. No lo habitado sino lo deshabitado. O no lo vivido sino lo desvivido. Javier Lostalé (Madrid, 1942) dialoga con las sombras de lo que ya no está y de lo que él mismo ya no es (o quizás nunca fue, como matiza en varios de sus mejores textos y en una introducción que, de manera significativa, se titula “Consumación”) mientras ve pasar un tiempo lento (el tiempo de la edad) donde los amaneceres y los atardeceres apenas se distinguen y donde el horizonte, palabra muy usada en este poemario, se va acercando imperceptiblemente al autor para primero conversar con él, luego aprendérselo bien y por fin, cuando toque, llevárselo consigo. En este tiempo lento el amor, asunto central de la mayoría de sus libros, y la poesía ya no describen relámpagos sino tachaduras, abandonos, soledades, caídas, silencios, temblores en el vacío, la memoria de lo desmemoriado o de lo inmemorial. La muerte le espera a uno en un “cielo sin nadie” o en un “cielo desposeído” y eso hay que contarlo, sí, pero sin dejar de contemplar las estrellas o de reflexionar sobre la honda realidad de un árbol, sin perder la compostura o la atención ante la belleza, sin renunciar a la sensibilidad y la inteligencia.
Javier Lostalé repasa sus heridas de vida sin exhibirlas, sin dejar que sean ellas que le dicten el tono a sus versos y a su alma, sin dramatizarlas o usarlas como excusa para componer elegías autoconmiserativas o autoindulgentes. En Cielo sorprende, y se agradece mucho, la serenidad y el humanismo genuino, el de quien conoce los secretos de la existencia y busca el modo de transmitirlo a los demás de manera efectiva y nada grandilocuente (justo lo que hace un sabio de verdad), que dicta cada una de sus palabras. Estos poemas piensan y sienten sin piedras, abrazan sin hacer daño, se miran al espejo sin espejismos (aunque aquel esté desierto), calientan sin llamaradas, naufragan sin víctimas. Detrás de ellos hay un hombre que podría distinguir, como ha hecho con anterioridad en otros libros, entre las amarguras y las dulzuras que se entremezclan en cualquier biografía, pero que ahora no se entretiene en eso porque lo urgente es no volver a perder la pureza, la inocencia, la conexión con lo invisible, o las ganas de seguir bailando con lo que nos ha abandonado para que no vuelva a hacerlo nunca.
Diego Doncel, en su espléndido epílogo reivindicativo (reclama para el autor, y con toda justicia, un puesto generoso en la generación de los 70 a la que pertenece), comenta la “dimensión metafísica desde lo carnal” de la poesía de Javier Lostalé, “que nunca opera de manera abstracta, sino yendo a beber lo real, haciendo de lo real el punto de partida y de llegada de cualquier reflexión”. También afirma que es un “poeta de inspiración romántica” y que “se debate siempre entre el entusiasmo y la precariedad del entusiasmo”. Después de Tormenta transparente y de El pulso de las nubes, sus libros anteriores, Cielo viene a consumar este proceso de despojamiento donde el yo se atreve a pasar las fronteras del no-yo para que, cuando ese otro país le reclame, no le coja por sorpresa la silenciosa algarabía y las raras costumbres que parecen practicarse ahí, es decir, al otro lado de lo que somos. Porque es el momento de lo desconocido, no de lo conocido. Y de lo despoblado, no de lo poblado. Y de lo ilimitado, no de lo limitado.