Regresar a los mitos
Atenas
Juan Vicente Piqueras
XXV Premio Fundación Loewe
Visor
70 páginas | 10 euros
Algo así sucede con el libro del XXV Premio Fundación Loewe otorgado a Juan Vicente Piqueras. En los poemas de Atenas, el viaje a través de la propia conciencia racional y estética del mito —no solo cultural: además, y especialmente, geográfico, con esa plenitud de los sentidos aplicados a la recreación de los episodios clásicos— acaba convertido en auscultación biográfica. El sujeto poético comienza a vivir en Atenas, y allí se perfecciona su plenitud sentimental: no solo la íntima, sino también la estética o creativa. Así, si en un poema inaugural como “Víspera” —esos preparativos para el viaje, esa respiración— se nos dice que “Si has decidido irte / no mires hacia atrás”, porque “la pena es quedarse / muriéndose de sed a orillas de una fuente”, ni el poeta ni el lector morirán sedientos en Atenas, sino que beberán su travesía interior. A partir de ese poema, todo el libro tiene un tono de diario de un viajero que tampoco se mueve demasiado, sino que va ahondando en la sustancia de su propio universo: Atenas, Grecia, el viaje, y su desposesión. “Soy lo que se va en mí”, porque nos vamos quedando, y volviendo invisibles, en los espacios que dejamos atrás: “en esa estela / están todos los versos / escritos desde Homero hasta esta noche”.
Porque nosotros somos “esta noche”, la que será borrada para siempre. Así, la desaparición, el olvido, su vacío posterior —en el arte y la vida— son fustes de este libro: “Admiramos lo desaparecido (…). También nosotros somos lo que queda / de nosotros”. Pero en esa desaparición, y también ese olvido, encontramos una verdad muy honda y anterior a nosotros, que puede terminar en una redención: “Los lugares son dioses y su oficio es callar”. Mientras lo descubrimos, la indagación del mito y el descubrimiento de uno mismo acaban convergiendo en una misma línea poética y vital: ocurre en poemas como el estupendo “Asterión agoniza”, “Los dioses dentro” —“Los dioses piden poco: que no los olvidemos”— o “Perdices”, una hermosa elegía sobre la pervivencia del símbolo más allá del derrumbe. Finalmente, para “pintar de azul de nuevo / el hilo umbilical del horizonte”, abandonamos Grecia y preparamos otra vez las maletas. Pero aunque nuestro nombre se vuelva borroso en las agendas, Atenas seguirá ardiendo entre nosotros.