Salir entero de una historia de amor
El amor, ese viejo neón
Karmelo C. Iribarren
Aguilar
135 páginas | 12,90 euros
Los días/ se parecen/ unos a otros/ como dos gotas/ de ginebra/ de garrafa”, dice Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) en uno de los poemas de esta antología de poemas de amor y desamor. También los amores se parecen unos a otros como el alumbrado de las ciudades, como un vómito sobre la alfombra, como alguien atravesando de noche un parking hacia su coche, como los paraguas rotos o como un brazo arrancado de cuajo. Por eso es tan difícil salir entero de una historia de amor: porque a uno casi siempre le abandonan (en la habitación de un hotel de provincias, en la puerta de un bar, en una estación de trenes solitaria) antes de que esa historia cumpla todo lo que ha prometido; y porque en esa palabra de solo cuatro letras el amor de verdad (bocas y brazos, el pasado y el futuro, el agua de la ducha y el tamaño de los sueños) no cabe por más que se empeñe, se retuerza o empuje. El amor que instaura la locura o el que hace que el mundo entre en razón, el amor platónico que no tiene éxito ni con una mujer que cita a Platón, el amor que se dirige a ninguna parte o el que acaba “En el último bar”: todos remiten a ese amor que se disfraza de mil maneras para burlarse de nosotros, hacernos daño y, de cuando en cuando, y más como estrategia para mantenernos enganchados a él, regalarnos las migajas de algunas satisfacciones. Un amor, y unas amantes, para las cuales uno siempre tendrá el encanto contradictorio y emotivo de ser un puto desastre haga lo que haga, sea lo que sea, proponga lo que proponga y se acueste con quien se acueste.
Karmelo C. Iribarren habla en términos sociológicos y personalísimos (según sus experiencias, según sus anhelos) de este sentimiento universal porque para él la poesía es lo que acontece en la rúa (perdón, lo que pasa en la calle). Nada de metafísica o de filosofía. Nada de ponerse exquisitos, románticos, profundos, oscuros, misteriosos, esteticistas o éticos. Nada de declaración de intenciones, decálogos o inercias estilísticas envasadas al vacío (las de una tradición, por ejemplo). Sociológicos quiere decir, en este caso, que los poemas de Iribarren se parecen a tres cosas: a canciones pop (limaduras de desgarro, malditismo natural, un poco de hielo melódico), a anuncios (desde el título, que presenta este libro no como una selección de poemas sino de cortes publicitarios en torno al amor y a todo lo que este vende cuando llama a nuestra puerta) y a encuestas (¿le han abandonado a usted muchas veces, sigue creyendo en la felicidad amorosa, cuántos tugurios le han visto llorar por alguien imposible para usted, le gusta más hacerlo en un cadillac o en un panda?). Y por eso funcionan tan bien: porque es fácil que cualquiera de nosotros, al leerlos, sintamos un pellizco autobiográfico, que esa imagen o esa idea concreta de ese poema concreto desnuda nuestra vida más que la del autor, que ahí se está contando lo que nos pasó con pelos y señales.
Pero Karmelo C. Iribarren, en ocasiones, sí que sale entero de sus numerosas historias de amor. Y es entonces cuando sus poemas descansan y nos hacen descansar de tanto furor negativo (el no, el nunca o el vete alrededor de los cuales giran muchos de sus textos) y cuando, serenos de repente, tomamos aire para volver a intentarlo de nuevo. Como en el titulado “Mis respuestas”, que dice (lo copio entero): “Las tres/ de la madrugada.//Que vengan/esas grandes preguntas,/ que ya tengo mis respuestas:// el viento/ y la lluvia/ ahí afuera,// y aquí/ al lado/ tu respiración”. Joder.