Una mudanza
Actos impuros
Ángelo Néstore
XXXII Premio de Poesía Hiperión
62 páginas | 10 euros
En este libro de Ángelo Néstore (Lecce, 1986), que se alzó con el XXXII premio Hiperión, hay “futuros incumplidos” y unos cuantos pasados a los que cambiar los muebles de sitio, quizás incluso de casa, de ciudad, de país y de lengua. Los muebles de la identidad sexual, que en ocasiones son tan pesados que se necesita de la fuerza de muchos (un chico rubio en un gimnasio, esa nueva raza de hombres a los que los demás denominarán “monstruos”, “una dinastía de bastados”, un marido) para poder moverlos. Los muebles de la familia (ese padre que aconseja a su hijo ser “un hombre” y que acaba convirtiéndose en su “íntimo enemigo”, esa madre que si “entendiera castellano y leyera” estos poemas sabría “que su hijo quiere ser madre”), que tienen los cajones atascados, carcoma y rayaduras. O los muebles del yo, que son como “hormigas que trepan” por la pierna o como pelícanos que se mueren de hambre porque, al introducir tantas veces el pico en el agua para pescar, se acaban quedando ciegos. Conflictos que se merecen una mudanza (metáfora en griego) o un incendio provocado, que es la forma extrema de mudanza, el grado cero, y más arriesgado, de mudarse uno o de deshacerse de los puentes que le unen a lo que ya no es.
Ángelo Néstore, tanto en este como en el suyo anterior (Adán o nada. Un drama transgénero, Bandaáparte, 2017), explora lo masculino que le han contado que representa para confrontarlo con lo que de verdad es más allá o más acá de los géneros, la historia, la sociología, la mitología o la literatura. Haciendo suya la cita del activista italiano Nichi Vendola, que encabeza el libro, aboga por invertir, ya que es un invertido, el sentido de la ficción, la idea de la muerte y la vida entera. Un acto de extrema valentía y de emocionante lucidez que transforma en poemas (como otros y otras lo hicieron antes en manifiestos y autobiografías) que sí que se escuchan bajo el agua (el autor se pregunta en uno de ellos que de qué le sirve “haber aprendido cuatro idiomas/ si las palabras no se oyen bajo el agua,/ si solo sé escribir poemas”), que esconden el pene entre las piernas (después de haber abandonado su sexo por la mañana, como afirma en “E io chi sono?”) y que exhiben orgullosos su legado.
Las dos partes finales de Actos impuros están dedicadas a una hija imaginada, deseada y negada reiteradamente cuando él y su marido hacen los trámites para adoptar una (el poema “Catorce cincuenta y cinco”, que relata esta experiencia con rabia contenida y ternura frustrada, es de los mejores del conjunto). Una hija a la que se querría dedicar “poemas cursis”, que conversaría con su padre en el salón de una casa en las afueras, a la que ve saltando en la cama de matrimonio, que llega a asimilar a las diosas o a los lobos, o cuyo pupitre en el colegio o su cuna de bebé van a quedar vacíos para siempre sin que apenas nadie se dé cuenta de ello. Una hija a la que se canta, desde “la aridez/ de dos hombres que se quieren”, con tanta verdad, con tanto sentimiento, con tanta fuerza interior y con versos tan en carne viva que uno, mientras lee, tiene la sensación de que está presente, y contemplándonos escondida entre las páginas, porque es imposible que una necesidad así, tan legítima y tan bien convocada, no sea correspondida por el mundo. Ángelo Néstore ha escrito un gran libro que, además, dejará huella y hará bien a cualquiera que busque maneras de mudarse de barrio mental o emocional o sexual sin que los muebles le aplasten por el camino. A la poesía española le hacía mucha falta un título así.