Una poética del deseo
Nueva Usura. Poesía esencial, 1983-2014
Alfredo Taján
Selección y prólogo de Luis Alberto de Cuenca
Renacimiento
198 páginas | 12 euros
Alfredo Taján es conocido por su obra narrativa, con la que ha obtenido premios tan prestigiosos como el Juan March (El salvaje de Borneo), el Café Gijón (El pasajero) o el Ciudad de Salamanca (Pez Espada), como comisario de exposiciones y por su labor como director del Instituto Municipal del Libro de Málaga, al frente del cual lleva una década. Su vocación primera y más constante, sin embargo, ha sido la poesía, que ha cultivado en los márgenes de sus otras actividades pero iluminándolas y poniéndolas en perspectiva. Por eso este libro es tan necesario y será, para muchos, un descubrimiento tan grato: porque hasta la fecha acceder a su obra poética (que ha ido saliendo en pequeñas ediciones inencontrables, en cuadernos y plaquettes, acompañando la obra de artistas plásticos) era un privilegio de pocos, y porque Nueva usura es un libro extraordinario y distinto por muchas razones.
Alfredo Taján es uno de esos raros poetas que han sabido usar la Historia (de la que posee un gran conocimiento, como comenta Luis Alberto de Cuenca en el prólogo) como hilo de Ariadna para no perderse en el laberinto de sus pasiones. Como le ocurría a Cavafis, lo que ha pasado fuera (el Ezra Pound enjaulado en Pisa del hermosísimo y hondo poema que da título al libro, la caída de Bizancio de “Un violento hechizo” o los autores prerrafaelitas en “Mareos de Beata Beatrix”, por poner solo tres ejemplos) le ayuda a Alfredo Taján entender lo que le pasa dentro. Dentro y fuera, la Historia y la historia: la poesía, parecen decirnos los escritores de esta estirpe, se sitúa en esa frontera, patrulla o guía por ella, la cuida para que entre lo objetivo y lo subjetivo −que son las dos fuerzas que combaten para dominar el alma de cada uno de los seres humanos− solo pasen artículos de contrabando beneficiosos. La poesía tiene como misión, o como una de sus misiones, quitarle peso a la Historia (las batallas y los héroes, los siglos y los tratados, las fechas y los mapas…) para que no nos aplaste y ponérselo a la historia (los días y las noches, la biografía, el deseo y la soledad…) para que no se pierda en el cielo como un globo escapado de la mano de un niño.
En la poesía de Alfredo Taján hay, sin embargo, otros motivos y otras temperaturas. Está, como una especie de constante que se explicita en momentos muy concretos (especialmente en “Vasija de miel”) pero que atraviesa cada uno de sus poemas por conductos subterráneos, el deseo como motor y fin de la existencia. Con Cernuda, Cocteau, Rimbaud y Wilde, entre otros, conversando al fondo, Alfredo Taján coloca el deseo en el centro de su poética:
el deseo y los viajes, el deseo y la fiebre, el deseo y la moral, el deseo y los placeres, el deseo y la muerte, el deseo y la soledad, el deseo y la utopía. El deseo poniendo o intentando poner las cosas en su sitio para que la única vida que uno tiene a su disposición pueda ser paladeada, llevada a su plenitud, dotada de sentido y puesta en feliz relación con los demás. El deseo y la poesía, también, para que las nuevas usuras queden desactivadas y uno, al hacerlo, acceda a lo mejor de sí mismo y a lo mejor del mundo. Una poética ambiciosa que ha dado como fruto, dentro de este libro, a muchos poemas memorables: “Nueva usura”, “Rituales”, “Huida”, “El lento declinar de las especies”, los seis sonetos de la quinta parte, “Cunard”, las ocho “Décimas de fiebre” dedicadas a Severo Sarduy, las cinco canciones de “Golpe de estado en Mombasa” o “Naumaquia”.