Vistas sin habitación
El falso techo
Erika Martínez
Pre-Textos, Poesía
68 páginas | 12 euros
Cuatro años después de Color carne, su primer poemario, y tras un volumen de aforismos, Lenguaraz, Erika Martínez (Jaén, 1979) saca a la luz El falso techo. Un libro que ya desde el primer poema nos muestra la sucesión de estratos sin tregua que es vivir, pisar la tierra, latir en y con ella: tierra que fue sustento de un establo, luego de una iglesia, más tarde de una fábrica, de un cementerio…, hasta que esa tierra que alimentó a hombres y ganado acaba cubierta por un edificio de protección oficial. En un rápido tráiler de sucesión histórica, Erika Martínez superpone las capas de un hojaldre —nada dulce, sí frágil— que puede quebrarse, salir volando, como las casas que construyeron los cerditos del cuento. Aunque aquí el lobo que sopla persiga el desahucio, o mejor dicho, en plural, los desahucios: el material y el emocional. Surge pues el vértigo de la desaparición de las paredes, del techo, de cuanto nos cobija, gira todo en una lúcida borrachera de conciencia y el desamparo es una nada que debe comenzar a llenarse desde dentro. O desde el aire.
En El falso techo asistimos, con depuración de lenguaje que encuentra su naturalidad en un pulido trabajo, y en composiciones generalmente breves, a la domesticación del ser humano, al retorno en el tiempo, al desandar lo andado para regresar a la raíz, hasta alcanzar el momento mismo de la escritura. Tal sucede en el poema “Fondo del armario”. Y en “Móvil sobre una piedra”, tras comprobar que para iniciar el día y trabajarlo basta la ropa del sueño, ese ayer y el hoy se aúnan simbólicamente: en un viejo azadón, en un moderno teléfono móvil. Mas éste, como un muerto, será enterrado. Hay fantasma en estas páginas, extraño, no convencional, tal una proyección que nos persigue, aunque no como sombra, ya detrás, delante ya, según la luz, sino como ser reptante sobre nuestras cabezas. Alguien emparedado vivo en un falso techo que se mueve, se desliza, siguiendo y espiando nuestro deambular por la casa.
En el “Segundo Techo” —de los tres en que se divide el libro—, abandonamos la casa para iniciar el vuelo. No es, sin embargo, un vuelo con alas del propio cuerpo sino, en coherencia con lo expuesto en el apartado primero, gracias al movimiento mecánico. Ya no hay armarios, sí maletas; casa no hay, sí aeropuerto. Y las alas son las del símbolo del viaje fugaz, rápido, de nuestra era: aviones. Ahora el verso se extiende, se alarga, se hace versículo y señala, reivindica, denuncia. Ahí está el sometimiento del ser humano, el vasallaje, la humillación, la diferencia. Aquí aterriza Pasolini. Poemas de la contradicción (léase el titulado “Turismo”), poemas con la ética y la conciencia removidas y removiéndonos, colocándonos ante la confusión. Significativo es “Urna”, en el que el teatro de la democracia corre y descorre su telón, cambia e intercambia sus máscaras de risa y llanto. Deja vacío y desnudo el espacio de la representación. Escribe Erika Martínez: “Depositamos artículos prohibidos / en una caja transparente: / tijeras, cuchillas, mecheros / inútiles como sobres de votación. // Dos agentes custodian / la ficción del Estado.”
El “Tercer Techo” es el más intimista, el de más tú, yo. Un yo que, a veces, se desvanece con la presencia de la muerte, amputadora de palabras. Pero el amor y el sexo, igual que los estratos superpuestos del inicio, son fusión —y espejo— para el acto de crear. Que es revivir.