La tragedia por excelencia
Macbeth
William Shakespeare
Trad. L. A. de Cuenca y J. Fernández Bueno
Reino de Cordelia
Ilus. Raúl Arias
224 páginas | 24,95 euros
La vida es una sombra que pasa […] un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, que nada significa.” Para sus traductores, en esas palabras del protagonista de la obra se cifra una definición del absurdo de la existencia humana de vigencia universal. Nos lo dicen en un ameno prólogo titulado “Signifying nothing” que resalta el nihilismo de un Shakespeare implacable a la hora de juzgar y convertir en materia poética al ser humano como escenario permanente de un devastador conflicto de pasiones ciegas.
De composición datable entre 1603 y 1606, y ligada al acontecimiento histórico del acceso al trono de Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra y la unión de los reinos, celebrada y exaltada en la obra, el drama histórico de Macbeth, basado en las Crónicas de Holinshed y en la Historia de Escocia de Hector Boethius, trasciende la historia y tiene como verdadera protagonista a la ambición. Esa ebriedad humana capaz de convertir héroes en traidores; esa forma de locura que Shakespeare reviste de ropajes sangrientos donde el remordimiento y la implacabilidad desfiguran el rostro humano hasta extremos irreconocibles. “Lo bello es lo feo, lo feo lo bello”, proclaman las brujas en la escena inicial.
La mentira, la hipocresía, la crueldad, la necesidad de ocultarse “y hacer de nuestros rostros máscaras de nuestros corazones” para sobrevivir en un mundo hostil y confuso donde el destino no deja de burlarse de los individuos, son algunos de los temas centrales en las grandes obras shakespeareanas, y hacen girar en esta una trama en la que la confianza es vista como el “mayor enemigo de los hombres” y que en todo momento parece querer recordar al espectador la máxima de Héraclito: “la guerra es el padre de todas las cosas”.
Las comparaciones han sido siempre inevitables. “Inferior a Hamlet y a El rey Lear en cuanto estas exploran los más vastos abismos del entendimiento y de las pasiones, las aventaja en nervio dramático”, escribió Astrana Marín, traductor canónico de Shakespeare donde los haya, antes de concluir: “Macbeth es la tragedia por excelencia”. Decía León Felipe que “Macbeth es Shakespeare mismo… el poeta, o el pretexto para que el poeta prenda en su manto oscuro los diamantes más limpios de la poesía occidental.”
Luis Alberto de Cuenca firma aquí, en colaboración con José Fernández Bueno, una arriesgada traducción verso a verso (alejandrinos, endecasílabos, dodecasílabos compuestos en alguna escena) en la que podría decirse que dos almas conviven en el texto en perfecta armonía. El compromiso entre literalidad y naturalización en la lengua de llegada, resuelto desde el profundo conocimiento del original y el instinto poético más certero, ha dado como resultado un trabajo meritorio que refuta de plano el “consabido adagio italiano”. No hay traición posible cuando lo que se ha trasladado es el poderoso aliento de una de las cumbres de la literatura universal asumiendo todas las dificultades técnicas que una traducción pueda ofrecer.
El texto se presenta acompañado de notas que aportan comentarios exegéticos, datos históricos y culturales o justifican decisiones de los traductores. La edición bilingüe aparece copiosamente ilustrada por Raúl Arias, lo que contribuye a hacer del libro un auténtico espectáculo para el lector.
Tal vez la vida fuese una sombra que pasa y nada significa para Shakespeare. Pero se da la feliz ironía de que la existencia de su literatura siempre parece desmentirlo por sí sola. Esta es una ocasión inmejorable para comprobarlo.