Buscadores de libros
El mundo del libro antiguo, dice Juan Bonilla, que ha abordado el género con brillantez y voluntad desmitificadora, es más diverso de lo que a veces se piensa. Ni todo es pobretería y locura, ni se trata solo de las subastas donde atienden profesionales con las manos enguantadas. Para el autor jerezano, que como bibliómano no es insensible a la hechura de los libros ni menos aún a las primeras ediciones de sus autores de cabecera, lo importante es, con todo, lo que la biblioteca personal de cualquiera tiene no de refugio frente a la vida, sino de bendito puente hacia ella. Andrés Trapiello, por su parte, que lleva escritas muchas páginas excelentes sobre el arte de la pesquisa, acaba de publicar un libro fundamental sobre el Rastro de Madrid y habla aquí de una condición, la de cosista, que designa con ese término —aprendido de Carmen Martín Gaite— a quienes aprecian las capas de significado que van acumulando los objetos que de forma a menudo azarosa, como ocurre también con los libros, llegan a nuestras vidas, sean cosas sin utilidad aparente o las obras antaño olvidadas de un grande como Manuel Chaves Nogales.
No todos los buscadores de libros se reconocen como bibliófilos, pero sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de la emoción e incluso del vértigo que sienten los poseídos por un permanente deseo que ellos mismos definen como maníaLibros sobre libros hay muchos y los que más nos interesan a los meros lectores son los que contienen un sinfín de historias. A los autores citados, Ignacio F. Garmendia suma otros que comparten con los primeros el buen humor y sobre todo la erudición festiva, como Francisco Mendoza, José Luis Melero o Miguel Albero, bibliófilos o bibliómanos que saben transmitir e incluso contagiar los síntomas de su enfermedad y han escrito obras imprescindibles para comprender los gozos y las insatisfacciones de los miembros de la cofradía. A ella pertenece, en lugar señalado, Juan Manuel Bonet, otro veterano de la ronda, que relaciona algunos de los libros de su desiderata —lo que Bonilla ha llamado la “biblioteca invisible”, esos ejemplares largamente anhelados que no acaban de ponerse a tiro, por su extremada rareza o su precio inasequible— y testimonia de este modo, bien que doloroso, su conocida devoción por las vanguardias históricas.También Luis Alberto de Cuenca ha dado sobradas muestras de bibliofilia, bien visible en su labor crítica donde no es infrecuente que describa, con precisión de experto, las ediciones de los libros que figuran en su biblioteca. La suya, nos dice, cultivada incluso en sueños, fue una pasión de primera juventud que le ha permitido no solo experimentar los placeres asociados al encuentro de las piezas deseadas, sino también disfrutar de la conversación y la amistad de los libreros y los compañeros de búsquedas, entre los que recuerda con particular cariño a quienes ejercieron un día como consejeros y maestros.