Centroamericano, universal
Como afirma él mismo en estas páginas, Sergio Ramírez se inició muy tempranamente en la literatura, pero el corte representado por sus intensos años de dedicación a la política, primero como combatiente contra la dictadura de Somoza y después como parte del gobierno sandinista en el que ocupó importantes responsabilidades, marcaría un antes y un después en su itinerario creador, que se hace eco de la experiencia y le otorga —como hicieron con la propia otros grandes narradores del continente— una dimensión latinoamericana. La tensión entre la acción y la tarea literaria, característica de un tiempo impregnado de ideología, se resolvió en su caso en favor de esta última, pero Ramírez, que tuvo el valor de dar un paso al frente para marcar su distancia de la revolución institucionalizada, no ha dejado de ser un escritor comprometido.
Para Álvaro Salvador, que traza un completo recorrido por la trayectoria del autor nicaragüense, Sergio Ramírez pertenece a la parte de la generación de los herederos del boom que asumió sin conflicto, aun eligiendo su propio camino, el legado de sus inmediatos predecesores. Más en la lejanía, pero igualmente próximo, es obligado mencionar el influjo permanente y tutelar de su compatriota Rubén Darío, padre y maestro mágico del modernismo, un verdadero referente al que el Premio Cervantes, también centroamericano y universal, ha retratado varias veces como personaje. Tanto en sus narraciones más políticas y documentales, como en las de corte histórico o culturalista y asimismo en los relatos de género, Ramírez ha cultivado una escritura de la que Ernesto Calabuig destaca, hablando de su novela Margarita, está linda la mar, publicada hace ahora veinte años, el ritmo, la sonoridad y la buena prosa, aplicada al objetivo de recrear una etapa infausta de la historia de Nicaragua que adquiere en sus páginas las proporciones de un gran fresco. De su obra ensayística y sus libros de memorias, entre los que Adiós muchachos y Sombras nada más aportan un impagable acercamiento al periodo de la militancia revolucionaria, escribe Juan Carlos Chirinos, quien considera estos y otros títulos de Ramírez, los dictados por la urgencia del momento o los posteriores y más alejados de los hechos, como textos fundamentales para entender —en palabras del autor— “una época que fue también una épica”.
Entrevistado por Jorge Eduardo Benavides, Sergio Ramírez recalca su deseo de que el galardón aporte visibilidad a la literatura centroamericana y comenta sus proyectos para impulsar la cultura en la región, evoca sus primeras lecturas y el modo en que determinaron o redefinieron su propio quehacer como escritor y se refiere a su personal vivencia de la política desde la primera línea, que le aportó el conocimiento de los entresijos del poder y ha desembocado en la desconfianza —base de cualquier novela— de los discursos oficiales y las verdades absolutas. En su semblanza del viejo amigo y compañero de tantas batallas, Gioconda Belli recuerda cómo conoció a Sergio Ramírez de la mano de Julio Cortázar y la estrecha complicidad que los unió a partir de ese momento, sostenida durante los difíciles años de lucha contra la tiranía, tras el triunfo del sandinismo y después de la ruptura, no menos dura, con el núcleo gobernante. A la vuelta de aquel tiempo, el desengaño ha dado paso a una cierta nostalgia que lo es, sobre todo, de los sueños incumplidos, pero queda una obra en la que Ramírez, como dice Belli, deja un alto testimonio de la realidad social y de la condición humana.