Una revolución en marcha
Como las industrias de la música o el cine, el mundo de la edición vive una profunda crisis cuyas consecuencias, aunque todavía impredecibles a medio o largo plazo, se extenderán a todos los sectores representados en la cadena del libro. Todo apunta a que el cambio de paradigma —de la cultura impresa a la cultura digital— supondrá una revolución que muchos comparan a la que propició Gutenberg, aunque no está claro que los nuevos soportes vayan a sustituir en todos los casos al libro de toda la vida. Frente a la tentación apocalíptica, sin embargo, conviene analizar las implicaciones de las tecnologías sin rasgarse las vestiduras, calibrando los beneficios o los inconvenientes desde el punto de vista de los usuarios y también o sobre todo el modo en que pueden condicionar —ya lo han hecho en gran medida— la manera de acercarse a un texto o el oficio mismo de la escritura.
El auge de las redes sociales, el acceso permanente a internet desde los dispositivos móviles o la irrupción de las tabletas son algunos de los fenómenos más llamativos de esta época de transición, en la que distintos soportes se disputan la hegemonía. Las novedades se suceden a ritmo de vértigo y quedan por resolver numerosas incógnitas, pero la lectura habitual de textos digitales es ya una práctica extendida de la que pueden extraerse algunas conclusiones.
David Felipe Arranz apunta a la capacidad de adaptación —frente a una realidad en perpetuo cambio— como la principal característica de los usuarios del siglo XXI, receptores del inmenso caudal de información que ofrece la red de redes. Para Javier Carbonell, el debate en torno a las funcionalidades de los nuevos formatos importa menos que la manera en que estos han ido modificando el propio acto de la lectura, por ejemplo a la hora de compartir e interactuar con otros lectores o de sumar contenidos audiovisuales a la letra escrita. Respecto a la edición de libros digitales, Salvador Pérez Crespo destaca la disminución de costes, el aumento de las posibilidades de difusión o la facilidad de los nuevos autores para producir sus obras, señalando posibles formas de financiación alternativas a las tradicionales.
¿Qué opinan los escritores? Entre los encuestados por MERCURIO, pocos cuestionan las ventajas o el carácter irreversible de las nuevas tecnologías, aunque con distintos matices que van desde la aceptación entusiasta a cierto escepticismo respecto a temas como la falta de jerarquía de la información disponible en internet o la sobreexposición y la promiscuidad de las redes sociales. Algunos se muestran decididamente partidarios, otros limitan su importancia a un orden menor que no afectaría a lo esencial de su labor creadora.
Desde su doble condición de veterano escritor, con decenas de títulos publicados en todos los soportes, e incipiente editor, Lorenzo Silva reflexiona sobre las limitaciones del mercado de libros digitales y sobre el escaso respeto a la propiedad intelectual que caracteriza a muchos internautas. Frente a los poco razonables partidarios de la gratuidad a ultranza —beneficiarios de una descomunal “expropiación colectiva” en la que solo ganan los intermediarios sin escrúpulos—, el último premio Planeta aboga por una legislación clara que defienda a los titulares de los derechos y obligue a los editores a mejorar los términos actuales de su oferta.